NOTA DE LA REDACCIÓN DEL BLOG:
Reproducimos con mucho orgullo esta columna de Guillermo Santos Calderón, publicada hoy en el diario El Tiempo, en donde rinde homenaje a ese gran cordobés y amigo, Enrique Carlos Angulo Hoyos, fallecido hace algunos días.
Hasta luego, Enrique Carlos
Guillermo Santos Calderón
El Tiempo
Cuando inicié esta columna pensé que solo estaba cumpliendo con una labor de opinión sobre un tema que entonces era difícil de expresar y de entender. Gracias a ella recibí uno de los mejores regalos que me ha dado la vida y fue la estrecha amistad con Enrique Carlos Angulo, un abogado de Sahagún, fallecido el pasado miércoles, experto en temas de tecnología, información y comunicaciones, temas que investigó y analizó con una visión social.
Hace muchos años empecé a recibir unos e-mails sobre algunos temas tratados en esta columna que me crearon la inquietud de ponerme en contacto con el remitente, que resultó ser Enrique Carlos. Conocerlo como ser humano, hablar con él, hizo que naciera entre los dos una profunda amistad. Amigos como él hay pocos y tuve la suerte de tener su amistad.
Fue un visionario en temas de tecnología. Cuando se abrió la larga distancia para que entraran nuevos operadores, me dijo que este negocio, gracias al ciberespacio, iba a desaparecer, para convertirse en un valor agregado que se iba a dar gratis cuando se contratara el servicio de acceso a Internet. Palabras premonitorias. Lo que ocurre hoy es exactamente lo que predijo entonces. Además, fue autor de dos libros sobre tecnología y uno sobre Cartagena, los que permitía se bajaran gratis de Internet.
No hablo de sus éxitos profesionales porque Quique no lo hubiera querido. Fue usuario de los primeros prototipos de netbooks cuando estos aún no eran conocidos. Lo único que le importaba de su celular era que tuviera pantalla grande para poder leer todos los libros digitales que conseguía y que lo habían convertido en una de las personas más cultas que he conocido. Todo aparato exitoso en el mercado pasó por sus manos antes de ser popular. Tenía un buen ojo para esto. El veía el futuro de todo aparato que aparecía y lo compraba para experimentarlo.
El hombre alegre y musical era casi mejor que el experto en tecnología. Gracias a Quique aprendí la diferencia entre un porro, uno palitiao y uno tapao. Y con él aprendí a bailar fandango en los círculos tradicionales de las fiestas en San Pelayo. Una vez me dijo: "Guillo, te voy a mandar un porro que compuse". Resultó ser uno que creó silbando en la grabadora de su celular. Ese era Quique, un hombre sencillo al que no le gustaba los formalismos, al que su humanidad lo hacía ser querido por todos.
Hasta luego, Quique. Nos volveremos a ver allá arriba, donde nos reuniremos para reírnos al comentar, con aquel gran humor que te caracterizaba, todos los desaciertos que se cometen en el país con la tecnología y asombrarnos con lo que viene.
guisan@eltiempo.com.co
Guillermo Santos Calderón
Cuando inicié esta columna pensé que solo estaba cumpliendo con una labor de opinión sobre un tema que entonces era difícil de expresar y de entender. Gracias a ella recibí uno de los mejores regalos que me ha dado la vida y fue la estrecha amistad con Enrique Carlos Angulo, un abogado de Sahagún, fallecido el pasado miércoles, experto en temas de tecnología, información y comunicaciones, temas que investigó y analizó con una visión social.
Hace muchos años empecé a recibir unos e-mails sobre algunos temas tratados en esta columna que me crearon la inquietud de ponerme en contacto con el remitente, que resultó ser Enrique Carlos. Conocerlo como ser humano, hablar con él, hizo que naciera entre los dos una profunda amistad. Amigos como él hay pocos y tuve la suerte de tener su amistad.
Fue un visionario en temas de tecnología. Cuando se abrió la larga distancia para que entraran nuevos operadores, me dijo que este negocio, gracias al ciberespacio, iba a desaparecer, para convertirse en un valor agregado que se iba a dar gratis cuando se contratara el servicio de acceso a Internet. Palabras premonitorias. Lo que ocurre hoy es exactamente lo que predijo entonces. Además, fue autor de dos libros sobre tecnología y uno sobre Cartagena, los que permitía se bajaran gratis de Internet.
No hablo de sus éxitos profesionales porque Quique no lo hubiera querido. Fue usuario de los primeros prototipos de netbooks cuando estos aún no eran conocidos. Lo único que le importaba de su celular era que tuviera pantalla grande para poder leer todos los libros digitales que conseguía y que lo habían convertido en una de las personas más cultas que he conocido. Todo aparato exitoso en el mercado pasó por sus manos antes de ser popular. Tenía un buen ojo para esto. El veía el futuro de todo aparato que aparecía y lo compraba para experimentarlo.
El hombre alegre y musical era casi mejor que el experto en tecnología. Gracias a Quique aprendí la diferencia entre un porro, uno palitiao y uno tapao. Y con él aprendí a bailar fandango en los círculos tradicionales de las fiestas en San Pelayo. Una vez me dijo: "Guillo, te voy a mandar un porro que compuse". Resultó ser uno que creó silbando en la grabadora de su celular. Ese era Quique, un hombre sencillo al que no le gustaba los formalismos, al que su humanidad lo hacía ser querido por todos.
Hasta luego, Quique. Nos volveremos a ver allá arriba, donde nos reuniremos para reírnos al comentar, con aquel gran humor que te caracterizaba, todos los desaciertos que se cometen en el país con la tecnología y asombrarnos con lo que viene.
guisan@eltiempo.com.co
Guillermo Santos Calderón
