Por Toño Sánchez Jr.
Para finales del siglo 19, después que Samuel Colt inventara el arma que lleva su apellido, se hizo famosa una frase que decía: “Dios creó a los hombres; Samuel Colt los hizo iguales.”.
Y de verdad que los hombres no somos iguales, menos cuando nacemos. Existen lugares tan deprimentes y miserables que hubiese sido preferible no haber nacido allí. Pero lo que sí creo que nos iguala a todos, no importa la situación o el lugar, es la muerte. Al igual que las esquinas, que son iguales en todos los lados, los cajones para muertos son idénticos en todo el mundo. No conozco el primero que no sea rectangular.
Pero en Córdoba no es así. Aquí la muerte la han convertido en un próspero negocio. La desgracia humana se ha vuelto rentable. El dolor, la tragedia y el infortunio, en vez de colmarnos de tristeza, solidaridad y consideración para con los dolientes, nos está llenando es de más odios y resentimientos.
Vean qué situación más curiosa, por no decir indiscreta. Después de un asesinato en esta región las autoridades policivas y militares por un lado, y las administrativas (los Secretarios ‘extraordinarios’ del Interior) se dan a la tarea de lanzar una serie de consejas sobre el muerto para justificar el crimen, como si en Colombia fuese legal tomarse la justicia por las propias manos. Pero lo hacen con un perverso fin y es para que la ciudadanía o la sociedad no los recrimine por la ola de violencia y por ese crimen. Luego se valen de un periodismo carroñero que reproduce todas insinuaciones que hacen estas fuentes. Aquí viene la segunda parte de esta situación, el muerto se convierte en una mercancía periodística, es aquí cuando la desgracia humana comienza a ser un perverso y repudiable negocio. Resultado de esta ecuación: irrespeto total por los muertos y sus dolientes. Con un agravante: no todos los muertos son mercancía, hay excepciones.
Hago una respetuosa pregunta: El pasado miércoles fue asesinado Luis Jerónimo Berrocal Fernández. La consideración y respeto con que trataron a esta víctima, como debería ser siempre para con todos los muertos, hubiese sido la misma, por autoridades y periódicos, si el asesinado hubiese sido uno de eso ganaderos que tienen solo tres vacas viejas y un impotente toro? Es sólo un respetuoso interrogante.
Aunque mucha gente, a muy baja voz, dijo otras cosas. Las cuales he escuchado y no comparto, pero me voy a referir a ellas aquí. Creo que será imposible que los cordobeses lleguemos a reconciliarnos mientras no salgamos de dos adagios que nos tienen en un espiral de desquite. El primero es: “el que a hierro mata a hierro muere”. El otro es: “El que pega se le olvida, pero el que recibe no”. Dicen que se han desmovilizado 43 mil combatientes. Vamos a imaginarnos que cada uno de esos desmovilizados dejó cinco víctimas, una mamá, un papá, una esposa y dos hijos. Qué tal que esas víctimas no acepten el perdón como una indispensable herramienta para la reconciliación e iniciaran una campaña punitiva. Estaríamos entonces hablando de 215 mil nuevos victimarios y así sucesivamente.
Presento este ejemplo porque a sotto voce todos dicen que el caso Luis Jerónimo Berrocal está entre esos dos adagios. No lo creo así. Si bien es cierto que una muerte es irreparable, él le pagó a la sociedad un castigo por esa acción. Y todos los ciudadanos estamos enmarcados en unas reglas constitucionales y jurídicas que debemos respetar. Cosa distinta es la impunidad, que obliga, en muchas ocasiones, a personas a tomarse la justicia por sus propias manos. Lo cual genera más violencia.
Creo que le hace bien a los colombianos, en especial a los cordobeses y monterianos, ver con mucho detenimiento ese abrazo que se dieron los hijos de Pablo Escobar Gaviria y Rodrigo Lara Bonilla. Eso es ejemplo de tolerancia y reconciliación.
Lo que sí creo que no ayuda en nada a nuestra reconciliación es convertir a la muerte en un negocio y, lo peor, estratificar los crímenes. Cuando el asesinado es un pobre diablo lo cogemos y lo ponemos como presa de venta, pero cuando es alguien de la sociedad, entre comillas, a este muerto sí que hay que guardarle respeto y consideración.
Quiero decirlo con toda fuerza y convicción: Todos los muertos son iguales y por tanto todos merecen respeto. Si creemos que no, al menos le debemos ese respeto a sus padres, viuda y huérfanos.
El respeto natural que debemos tener para con los muertos, en Montería se mide es con el número de avisos fúnebres que van en el periódico y en especial los que arrancan en primera página.
Hoy en Montería ya hay personas que le piden a Dios que su muerte sea tranquila, en su cama. Porque si es violenta van a convertirse en mercancía publicitaria.
Invito, muy respetuosamente, a todas las personas, en especial a los periodistas y funcionarios públicos, a que no seamos como las aves carroñeras, que viven solo de la desgracia de los muertos. Podemos escribir y hablar de los muertos, pero con el debido respeto que todos se merecen.
Ojalá que este comentario no sea descontextualizado.
Reitero mis condolencias a la familia Berrocal Fernández, en especial a la viuda y sus hijos. Y a todas las familias de los 428 muertos que van este año en Córdoba (ya solo faltan 84 para superar las cifras de 2008).
Para finales del siglo 19, después que Samuel Colt inventara el arma que lleva su apellido, se hizo famosa una frase que decía: “Dios creó a los hombres; Samuel Colt los hizo iguales.”.
Y de verdad que los hombres no somos iguales, menos cuando nacemos. Existen lugares tan deprimentes y miserables que hubiese sido preferible no haber nacido allí. Pero lo que sí creo que nos iguala a todos, no importa la situación o el lugar, es la muerte. Al igual que las esquinas, que son iguales en todos los lados, los cajones para muertos son idénticos en todo el mundo. No conozco el primero que no sea rectangular.
Pero en Córdoba no es así. Aquí la muerte la han convertido en un próspero negocio. La desgracia humana se ha vuelto rentable. El dolor, la tragedia y el infortunio, en vez de colmarnos de tristeza, solidaridad y consideración para con los dolientes, nos está llenando es de más odios y resentimientos.
Vean qué situación más curiosa, por no decir indiscreta. Después de un asesinato en esta región las autoridades policivas y militares por un lado, y las administrativas (los Secretarios ‘extraordinarios’ del Interior) se dan a la tarea de lanzar una serie de consejas sobre el muerto para justificar el crimen, como si en Colombia fuese legal tomarse la justicia por las propias manos. Pero lo hacen con un perverso fin y es para que la ciudadanía o la sociedad no los recrimine por la ola de violencia y por ese crimen. Luego se valen de un periodismo carroñero que reproduce todas insinuaciones que hacen estas fuentes. Aquí viene la segunda parte de esta situación, el muerto se convierte en una mercancía periodística, es aquí cuando la desgracia humana comienza a ser un perverso y repudiable negocio. Resultado de esta ecuación: irrespeto total por los muertos y sus dolientes. Con un agravante: no todos los muertos son mercancía, hay excepciones.
Hago una respetuosa pregunta: El pasado miércoles fue asesinado Luis Jerónimo Berrocal Fernández. La consideración y respeto con que trataron a esta víctima, como debería ser siempre para con todos los muertos, hubiese sido la misma, por autoridades y periódicos, si el asesinado hubiese sido uno de eso ganaderos que tienen solo tres vacas viejas y un impotente toro? Es sólo un respetuoso interrogante.
Aunque mucha gente, a muy baja voz, dijo otras cosas. Las cuales he escuchado y no comparto, pero me voy a referir a ellas aquí. Creo que será imposible que los cordobeses lleguemos a reconciliarnos mientras no salgamos de dos adagios que nos tienen en un espiral de desquite. El primero es: “el que a hierro mata a hierro muere”. El otro es: “El que pega se le olvida, pero el que recibe no”. Dicen que se han desmovilizado 43 mil combatientes. Vamos a imaginarnos que cada uno de esos desmovilizados dejó cinco víctimas, una mamá, un papá, una esposa y dos hijos. Qué tal que esas víctimas no acepten el perdón como una indispensable herramienta para la reconciliación e iniciaran una campaña punitiva. Estaríamos entonces hablando de 215 mil nuevos victimarios y así sucesivamente.
Presento este ejemplo porque a sotto voce todos dicen que el caso Luis Jerónimo Berrocal está entre esos dos adagios. No lo creo así. Si bien es cierto que una muerte es irreparable, él le pagó a la sociedad un castigo por esa acción. Y todos los ciudadanos estamos enmarcados en unas reglas constitucionales y jurídicas que debemos respetar. Cosa distinta es la impunidad, que obliga, en muchas ocasiones, a personas a tomarse la justicia por sus propias manos. Lo cual genera más violencia.
Creo que le hace bien a los colombianos, en especial a los cordobeses y monterianos, ver con mucho detenimiento ese abrazo que se dieron los hijos de Pablo Escobar Gaviria y Rodrigo Lara Bonilla. Eso es ejemplo de tolerancia y reconciliación.
Lo que sí creo que no ayuda en nada a nuestra reconciliación es convertir a la muerte en un negocio y, lo peor, estratificar los crímenes. Cuando el asesinado es un pobre diablo lo cogemos y lo ponemos como presa de venta, pero cuando es alguien de la sociedad, entre comillas, a este muerto sí que hay que guardarle respeto y consideración.
Quiero decirlo con toda fuerza y convicción: Todos los muertos son iguales y por tanto todos merecen respeto. Si creemos que no, al menos le debemos ese respeto a sus padres, viuda y huérfanos.
El respeto natural que debemos tener para con los muertos, en Montería se mide es con el número de avisos fúnebres que van en el periódico y en especial los que arrancan en primera página.
Hoy en Montería ya hay personas que le piden a Dios que su muerte sea tranquila, en su cama. Porque si es violenta van a convertirse en mercancía publicitaria.
Invito, muy respetuosamente, a todas las personas, en especial a los periodistas y funcionarios públicos, a que no seamos como las aves carroñeras, que viven solo de la desgracia de los muertos. Podemos escribir y hablar de los muertos, pero con el debido respeto que todos se merecen.
Ojalá que este comentario no sea descontextualizado.
Reitero mis condolencias a la familia Berrocal Fernández, en especial a la viuda y sus hijos. Y a todas las familias de los 428 muertos que van este año en Córdoba (ya solo faltan 84 para superar las cifras de 2008).