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Aparece el ‘Negro Vladimir’

Nota:

Como un aporte a toda la información que se ha revelado por el asesinato de Luis Carlos Galán Sarmiento y que involucra a nefastos protagonistas de nuestra violenta historia, como es el caso del ‘Negro Vladimir’, comparto con los visitantes de este Blog esta historia. No sin antes recordarle que ‘Vladimir’ fue uno de los participantes en la masacre de Mejor Esquina, en Buenavista, Córdoba, el 3 de abril de 1988***.

Por esos días, en un enfrentamiento de tropas del Ejército, que llevaban como guías a miembros de la recién adiestrada ‘milicia civil’, contra el frente XXII de las Farc, murieron seis subversivos. Por acción de la suerte se salvó de ser capturado el comandante de una de las columnas. Era un peligroso ‘guerrillo’, que su sola presencia infundía miedo, le decían ‘Vladimir’. Ese día la vio negra y por un momento pensó que no conocería a su primera hija que estaba por nacer.

La derrota militar lo dejó mal parado ante su superior, que desde hacía un tiempo lo tenía entre ceja y ceja a él y a su padre. A este último lo quería ‘cascar’, situación que intranquilizaba aún más al negro.

Tiempo después de ese combate, ‘Vladimir’, cuyo nombre era Alonso de Jesús Baquero, pidió permiso para llevar a su embarazada mujer a Barrancabermeja para un control. Estando allí decidió volarse de las Farc. Se le presentó en Puerto Boyacá a Luis Alfredo Rubio, político de la región. Horas después estaba en ‘Base Uno’, en el ‘Tecal’. Se avecinaba una época de intenso trabajo.

Baquero era conocido con los alias de comandante ‘Alfredo’ y ‘Vladimir’. Era muy serio, con voz de mando fuerte, excesivamente drástico con sus hombres. Cuando decía que había que matar a alguien se mataba porque se mataba. Tenía un trato casi reverencial para con sus patrones.

Fue llevado a la BR-14 donde se puso a las órdenes del B-2, para suministrar información de todo lo que sabía de la guerrilla. Por primera vez el Ejército elaboraba un completo organigrama de un frente de las Farc. No se sabe si fue por retaliación, pero ‘Vladimir’ en una confesión a las autoridades a cambio de beneficios jurídicos dijo que fue “invitado a Tolemaida” (Fuerte militar donde funciona la escuela de formación de Suboficiales, la Escuela de Lanceros y el campo de entrenamiento de las unidades de élite de las Fuerzas Militares, está ubicado entre Tolima y Cundinamarca) a contar su experiencia en la subversión.

Luego de dictar varias charlas en donde contaba todo lo que conocía de las Farc, se regresó al Magdalena Medio. Allí quedó a órdenes de Henry Pérez. Se le asignó una extensa zona de la región, la misma que patrulló con su antiguo Frente.

Lo primero que hizo cuando se le dio un grupo fue asesinar a la mayoría de los moradores de la vereda Vuelta Acuña, Santander, por ser auxiliadora de las Farc. Este caserío es una especie de islita, ubicado a la margen derecha del río Magdalena, a 20 minutos en lancha desde Puerto Berrío. Allí, Vladimir montó inicialmente su cuartel general.

Iván Roberto Duque, quien para aquel tiempo estaba ayudando a armar el discurso ideológico de las Autodefensas del Magdalena Medio, junto a otros ideólogos, describió años después a ‘Vladimir’ como “el tipo que más mató guerrilleros en este país”.

Fue el terror en la región de Yacopí y San Mateo, santuario del Frente XXII de las Farc. También de la zona de Puerto Berrío, Puerto Araújo, San Juan de la Carretera y Carare-Opón. “Consideraba (Vladimir) que había que castigar a la gente por ser guerrillera”. Esto lo ratificó el país más adelante.

Junto a ‘Vladimir’ había otro sujeto muy parecido a él en todo. En lo físico y en lo brutal: ‘Fercho’. Muchas veces eran confundidos. Lo importante para sus patrones es que eran letalmente eficaces.


“Desde la llegada de ‘Vladimir’ se comenzó
a ‘cascar’ por parejo”


Era tal el sentido anticomunista y antisubversivo que se había desatado en Puerto Boyacá, que en una ocasión llevaron a un conferencista, de apellido Angarita, a dictar una charla que tenía el sobrecogedor título: “Por qué es lícito matar comunistas”. Al terminar su disertación un atronador aplauso sacudió el recinto.

En los colegios a los niños se les enseñaba qué era el anticomunismo.

Nada se quedó en la teoría. En el monte y ciudades operó ‘Vladimir’ con toda crueldad. “Desde su llegada se comenzó a ‘cascar’ por parejo”, recuerda ‘Llovizna’, miembro de las Autodefensas de aquel tiempo.

Por esa época, en una operación militar, las Autodefensas capturaron a un guerrillero apodado ‘Beto’. Era el segundo al mando del frente ‘Ricardo Franco’, una disidencia de las Farc. El subversivo dijo donde vivía su hijo y madre, a cambio pidió que lo dejaran regresar al Frente: “Yo les coordino y cuento todo”, prometió. Henry Pérez, receloso aceptó.

“ ‘Beto’, después de 15 años con las Farc, se convirtió en un verdugo de ellos. No se sabe quién fue más cruel, si José Fedor Rey, comandante del ‘Ricardo Franco’, quien fusiló a más de 120 guerrilleros en Tacueyó, o ‘Beto’ ”, recuerda un ideólogo.

‘Beto’ revelaba los movimientos de algunas columnas, y las Autodefensas se encargaban de montar las emboscadas. Recuerda un combatiente de la época que con la información recibida se producía “la matazón más hijueputa de guerrilleros”. Henry Pérez llegó a recuperar más de 150 fusiles del ‘Ricardo Franco’.

Tiempo después ‘Beto’ desertó y se fue para las Autodefensas, pero por su sevicia comenzó a tener problemas con la gente de Pérez. En un combate fue asesinado por un compañero en un sitio llamado ‘Cerro Coronel’, entre Boyacá y Cundinamarca.

Muchos consideran, sin exageración, que entre ‘Vladimir’ y ‘Beto’ “mataron a más de seiscientos guerrilleros”. Y puede ser cierto, ya que tuvieron el entrenamiento requerido... Yair Klein puede dar testimonio de ello...


El principio del fin

Nadie sabe en qué momento nació la amistad entre los narcotraficantes, ‘El Mexicano’ y Pablo, con Henry Pérez. Muchos la atribuyen a que era lógico que se tuvieran que encontrar por cuestiones de “defensa y soberanía”. Pero a finales de 1984 una gente de Henry “le echó mano a un carro con 80 kilos de perico y confiscó la ‘mercancía’”. El ‘Mexicano’ lo llamó a dialogar, se encontraron y nació lo que llaman los novios “amor a primera vista”. Los tipos se identificaron claramente como acérrimos antico¬munistas. Empezó una amistad y una relación ‘comercial’ que inicialmente beneficiaba el crecimiento del proyecto de Autodefensas. También se oficializó el exterminio de los miembros del Partido Comunista y todas sus ramificaciones, como la Unión Patriótica, UP, un año después. Empezaron a caer militantes, concejales, diputados, alcaldes y candidatos presidenciales.

Luego siguieron las reuniones de Henry con Pablo y el resto del ‘Combo’ de Medellín.

Pérez comenzó a facilitarles la compra de tierras y a prestarles seguridad rural, ya que ellos andaban con su gente de confianza que los cuidaba. Testigos recuerdan que ‘El Mexicano’ aterrizaba en los helipuertos de los Pozos Vasconia I y II de la Texas Petroleum Company. “Henry les decía a los de seguridad que quienes llegaban eran políticos y los cogía de ‘gancho ciego’. Luego salíamos de allí en camionetas para la hacienda de Gacha o para la ‘Isla de la Fantasía’. La gente de la Texas le copiaba42 a Henry, ¿o cómo se explica usted que la guerrilla nunca se metió con los Pozos de Puerto Boyacá?”.


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Muy disimuladamente Pablo Emilio Guarín empezó a comentar las reservas que tenía respecto a estas nuevas amistades y relaciones. Presagiaba un mal final.

Gacha hizo con Henry lo que muy a menudo hacen los prestamistas con los ‘buenos’ acreedores: Le siguen soltando dinero y favores, así tengan deudas pendientes. Cuando el deudor se da cuenta es muy tarde, para cancelar tiene que entregarle hasta el alma al usurero.

De un momento a otro ‘El Mexicano’ se convirtió en el comandante y patrón del proyecto de Autodefensa. Henry pasó a ser una figura decorativa, pero seguía siendo un líder muy respetado y temido en Puerto Boyacá, a pesar de todo, allí una hoja no se caía si no era la voluntad de él.

En el movimiento de Autodefensa pasaba algo similar. Se decía que el comandante era el viejo Gonzalo de Jesús Pérez, pero su hijo era quien manejaba todo. Y en especial la relación con los mafiosos. Al primero también le preocupaba la alianza que se estaba dando, pero no dejaba de expresar su satisfacción cuando le llegaba la mesada que le enviaba su hijo.

De un momento a otro muchos grupos que se encontraban patrullando fueron llamados para ser reubicados en nuevas áreas. En éstas no había que perseguir guerrilleros sino prestar vigilancia. La nueva responsabilidad consistía en cuidar los laboratorios y pistas donde se hacía el procesamiento y embarque de cocaína. La orden era no permitir que la guerrilla les cayera.

Llegaron a montarse más de 40 cocinas en el Magdalena Medio. Fue la época en Puerto Boyacá donde el peso colombiano estuvo a punto de desaparecer por el dólar.

La iniciativa de perseguir a la guerrilla se perdió.

Cuando pasaba el tiempo y no se hacían operativos antisubversivos, a las carreras montaban uno. Se iban a una vereda, con información que todavía no había sido verificada, y atacaban a varias personas por ser sospechosas de auxiliar a la guerrilla.

Por estar ocupados y distraídos con el narcotráfico descuidaron la guerra contra la guerrilla, la sociedad comenzó a reclamarles resultados y optaron por ordenar masacres. Las peores fueron en zonas influenciadas o de interés para el narcotráfico.

Pero en la época de 1985 Pablo Escobar tenía en su nómina, tanto a las Autodefensas como a la guerrilla, o si no cómo entender la acción contra el Palacio de Justicia el 6 de noviembre del año en mención. Esa operación fue ejecutada por un comando del movimiento guerrillero M-19, pero pagada, según informes de inteligencia, por el jefe del Cartel de Medellín.

Para 1986, el Magdalena Medio era el escondite preferido de los mafiosos. Y las autoridades ya lo sabían.

Por esta razón muchos se trastearon para los lados del Alto San Jorge y Sinú, en Córdoba, días después de ordenar el asesinato de uno de los periodistas más respetados y apreciados del país: Guillermo Cano Isaza, ultimado el 17 de diciembre de 1986. Seis días después estaban los gestores intelectuales del crimen celebrando la ‘vuelta’ en ‘La Mireya’ con el Gran Combo de Puerto Rico.

La causa antisubversiva ya estaba narcotizada... y Henry Pérez también.

Comenzó a construir fincas al estilo narco. Levantó una en Calderón, al lado del Bárbula, con un lago artificial y un kiosco en la mitad para atender a las visitas. Construyó una pista para sus finos caballos. Sólo le faltaba la plaza de toros, para aquel tiempo, mafioso que se respetara construía una.

Y lo peor de todo era que a “Henry le comenzó a gustar el perico”, pero no para exportarlo sino para el consumo personal. La penetración de las drogas en las Autodefensas era inocultable.

Pablo Guarín, líder social y político de la región que incluso llegó al Congreso, comenzó a cuestionar la infiltración del narcotráfico en la organización antisubversiva. Ya avizoraba que estaban perdiendo el norte antiguerrillero y que ese iba a ser el principio del fin. Estas ‘reservadas’ reflexiones llegaron a oídos del ‘Mexicano’, que vio en el líder un potencial problema.

Dos hechos llevan a Guarín a confirmar sus temores. El primero fue la desaparición de 19 personas en octubre de 1987, entre Cimitarra y Puerto Boyacá. Los desaparecidos transportaban mercancía de contrabando. El segundo fue un plan que se urdió en una famosa hacienda.

Con el argumento de que un grupo de contrabandistas le traía armas a la guerrilla, fueron capturadas y desaparecidas 19 personas, junto con los camiones en que transportaban electrodomésticos, textiles, ropa y otros artículos. Lo cierto es que algunos familiares de las víctimas reconocieron que ellos tenían que pasar por zonas de influencia guerrillera y pagar una ‘cuota’, pero la información que tenía un temible ‘Negro’, que operaba con las Autodefensas, no coincidía con aquella. Después de los hechos, las autoridades empezaron una sigilosa investigación que terminó trágicamente el 18 de enero de 1989.

Lo segundo que preocupaba a Guarín y que él sólo conoció cuando se ejecutó la acción fue que en una reunión en ‘Nápoles’ se acordó tumbar a un candidato presidencial. Tenía una característica que lo hacía ‘apetecible’ para los asesinos, era de la UP: Jaime Pardo Leal. El 11 de octubre de 1987 fue acribillado cuando venía por la carretera que de La Mesa conduce a Bogotá, procedente de su finca.

La muerte de Pardo Leal fue un excelente pretexto para cristalizar el asesinato que seguía en la lista y que se ejecutó un mes después. Nadie dudaría que serían las Farc.

Pablo Guarín no fumaba. Lo hizo por primera vez cuando asesinaron a Pardo Leal. Estaba en Girardot en las fiestas de ese municipio, cuando se enteró del hecho: “Cómo matan a este tipo, Dios mío”, dijo. Retiró a la candidata de Puerto Boyacá que estaba participando en el reinado y se fue para su tierra.

“El próximo soy yo”, exclamó sudoroso Guarín a un amigo. “Doctor, el próximo soy yo”, repetía y encendía otro cigarrillo.

“A uno lo mata el miedo a morir. Una forma de no ser miedoso es no temerle al miedo. Hay que saberlo administrar”, decía esa tarde que se enteró de la muerte del líder de la UP.


*****


El 15 de noviembre de 1987 Pablo Emilio Guarín Vera salió de Tunja en su carro rumbo a Bogotá. Viajaban con él su hijo, en la parte de adelante, y atrás él en medio de dos guardaespaldas. Los escoltaba un Renault 12 con cuatro personas. En Chocontá, Cundinamarca, se detuvieron a comprar pan, y en el momento en que reanudaban el viaje, una camioneta, que venía en sentido contrario, abrió fuego contra el vehículo de Guarín. Un tiro de fusil sonó dentro del carro del congresista. La sorpresa era tal que los escoltas no reaccionaron como es debido y los agresores desapare¬cieron.

Cuando empezaron los tiros, Guarín se agachó en su puesto y se quedó así. A los segundos sus acompañantes se dieron cuenta que estaba herido en el costado izquierdo. Alcanzó a llegar con signos vitales al hospital de Chocontá. Al ingresar dijo en tono quejumbroso: “Me dieron... me dieron...”. No volvió a hablar nunca más.

Murió sin saber disparar un arma.

En su sepelio se leyó una cita que había escrito para una ocasión como ésta: “Si algún día encuentran mi cadáver no lo recojan, dejen que los buitres de las Farc lo devoren; ustedes recojan mis banderas y sigan”.

El día del sepelio, la temperatura en Puerto Boyacá alcanzaba los 37 grados a la sombra. Más de 20 mil personas desfilaron por la plaza Jorge Eliécer Gaitán en los dos días que tuvieron el cadáver allí, para rendirle homenaje. Ya para el último día, la alta temperatura descompuso el cuerpo. Los que pasaban a darle el adiós final no les importó hacerlo con un pañuelo en la nariz.

Por esos días, un noticiero de televisión entrevistó al comandante guerrillero Raúl Reyes. El periodista le preguntó si ellos ordenaron la muerte de Guarín, a lo que Reyes respondió: “Un hombre, como el bandido de Pablo Guarín, creador del tenebroso MAS, no podía tener otro fin distinto”.

Ni lo negó ni se lo reivindicó. Una sonrisa apareció en los labios de Rodríguez Gacha y de Henry Pérez, al escuchar las declaraciones.

Tras el impacto de su muerte empezaron a surgir preguntas sobre los móviles y autores del homicidio. Pero nadie se atrevía a buscar las respuestas. Que las tenían ‘El Mexicano’, su lugarteniente Beder Yesid Barrera Ramírez y los hermanos Jaime y William Infante... y Henry Pérez, también.

Al salir el dictamen de Medicina Legal tampoco nadie quiso indagar por qué había un tatuaje alrededor del orificio que hizo la bala a su entrada. Ésta era una clara evidencia que el disparo que mató a Guarín no salió de la camioneta que los atacó inicialmente, sino del mismo vehículo en donde se desplazaba... del escolta que iba a su izquierda.

Un año después, Óscar Guarín, hijo del asesinado dirigente liberal, ratificó la versión en la discoteca ‘Discocentro’, en Puerto Boyacá. Agregó que, ‘Pedro’ el escolta que iba en el carro, fue quien le disparó a su padre. Tiempo después, Luis Eduardo Ramírez, ‘El Zarco’, confirmó el hecho.

‘El Mexicano’ vio en Guarín un obstáculo en el proyecto de expansión de las Autodefensas. La idea era montar grupos en las selvas del Yarí y Putumayo, junto a varios laboratorios de coca, a lo que el líder liberal se oponía privadamente, al menos pensaba que era así, pero todos sus comentarios llegaban a los oídos de Rodríguez Gacha.

Se aproximaba 1988 y, con él, nuevas sorpresas. Era año de elecciones, guerras y masacres. Por primera vez se elegirían alcaldes por voto popular.

Un bombazo sacudió el exclusivo barrio de El Poblado, de Medellín, en la madrugada del 13 de enero de 1988. El blanco fue el edificio Mónaco, vivienda del capo Pablo Escobar. Este episodio era la notificación para Colombia de que una sangrienta guerra se avecinaba entre el Cartel de Cali y el de Medellín. Con este atentado se acababa la “intima relación” que existía entre los narcos de las dos ciudades. Al olvido pasaron aquellas francachelas memorables en la que se turnaban los mafiosos para colocarse de padrinos entre ellos. Muy famosas fueron las bacanales en la discoteca Kevin’s de Medellín.

Dos hechos desencadenaron la guerra. El primero fue una solicitud que le hizo Helmer ‘Pacho’ Herrera a Pablo Escobar para que asesinara a un ciclista, hijo de un reconocido industrial. La idea era que la muerte cayera en manos del otro cartel. “Pero como Pablo no era ‘guevón’”, narró una fuente, primero secuestró al pedalista y le quitó una fuerte suma de dinero. Esto indignó a Herrera.

El segundo hecho fue un lío de faldas, donde estaba involucrado un cercano amigo de Escobar apodado el ‘Negro’ Pabón. Quien tiempo después apareció asesinado en un hotel cercano al aeropuerto de Panamá.

Escobar llamó a uno de los Rodríguez Orejuela y les dijo que tenía información que ellos querían atentar contra él. Pero que el responsable de todo era ‘Pacho’ Herrera. Les pidió que se lo entregaran para que todo siguiera como antes. Pero los de Cali se negaron y allí empezó la guerra.

La segunda semana de enero de 1988 el oficial retirado Germán Espinosa Rubio, alias ‘El Indio’, llegó de Cali a visitar a unos amigos que vivían en el barrio El Poblado de Medellín. En la madrugada del 13 de enero se levantó muy temprano y llevó hasta el edificio Mónaco el vehículo que la noche anterior le entregaron. La detonación notificó a Colombia de lo que estaba por venir.

Esta acción obligó a Escobar a abrir otro frente de guerra, el primero era contra el Estado. Este último lo continuó con el secuestro. Tres días después del atentado a su residencia plagió al aspirante a la Alcaldía de Bogotá, Andrés Pastrana. El 25 del mismo mes ordenó asesinar al Procurador General de la Nación, Carlos Mauro Hoyos, y en una sorpresiva incursión de la Policía fue liberado Pastrana. La intención del narcotraficante era doblegar al Gobierno de Virgilio Barco, quien respondió el 27 de enero con el rígido estatuto: En Defensa de la Democracia. Nuevamente todos los mafiosos se fueron para el Magdalena Medio.

El administrador de ‘Nápoles’ recuerda que en 1988 fue el último año que se hizo una bacanal en la hacienda, ya que la persecución no permitía agasajos ‘sosegados’, como le gustaban al patrón, amigos y sicarios.

Para esa misma época, inicios de 1988, Escobar trajo a un terrorista español, especialista en explosivos, y apodado ‘Manuel’, para que adiestrara en un rápido curso a sus hombres.

Las clases las dictó ‘Manuel’ en un apartamento de la urbanización Miravalle, en Medellín. Asistieron los sicarios apodados ‘Cuco’, ‘Arete’, ‘Harby’ y ‘El Tuso’. Luego de aprobado el curso Escobar citó al terrorista español a una de sus fincas, ubicada por Aquitania, para hablar sobre terrorismo. Luego de escucharlo detenidamente le entregó una fuerte suma de dólares y se despidió de él. A los pocos kilómetros de salir, uno de los pasajeros que escoltaba a ‘Manuel’ sacó su pistola y le pegó cinco tiros.

Escobar lo mandó a asesinar porque sospechaba que el terrorista lo podía combatir con los mismos medios.


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Por otra parte, al Batallón Bárbula llegó un nuevo comandante: Luis Arsenio Bohórquez Montoya.

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Dentro del territorio de lo que era la Texas Petroleum Company, había un sector llamado Muelle Velásquez. Se trata de un miserable caserío de pescadores, que contrasta con la riqueza que extraen allí del subsuelo colombiano, más de 15 machines. Al frente queda la ciénaga Palagua. Hace muchísimos años vivió de la pesca, entre 1980 y 1983 se cargaban hasta tres camiones diarios. “Ya no se coge casi nada, y lo que se pega es muy pequeño. El agua se ha dañado porque la petrolera echa el líquido que queda en los machines a los humedales, y cuando llega el invierno parte se vuelve salada”, relata Raúl Alfonso Quiceno, morador de la región.

Desde hace más de 50 años los machines vienen funcionando y sólo en 1999 a los moradores del Muelle Velásquez les construyeron el acueducto y les llegó la energía, por intermedio del Plan Nacional de Rehabilitación, PNR.

Pero entre 1987 y 1989 la región vivió una bonanza que no fue propiamente de peces y petróleo.

En la mitad de la ciénaga queda una especie de isla en donde hay una hermosa casa, que tiene planta eléctrica, antena parabólica y helipuerto. La llaman ‘La Isla de la Fantasía’. Allí se celebraron reuniones y bacanales, y se planearon asesinatos de personalidades.

La isla sirvió en diciembre de 1987 como punto de encuentro de los mercenarios extranjeros que llegaron al país a dictar unos criminales cursos que el país conoció meses después. Allí le dieron los últimos detalles al plan de lo que fue adiestramiento en tácticas de guerra, asalto a viviendas, planeación y estrategia, guerra política, explosivos y asesinato de blancos en movimiento. Se escogió como sede para los entrenamientos a ‘Base Uno’, en Cimitarra, Santander. Otra sede fue ‘Cincuenta’, y otra en Putumayo, cerca de la frontera con Ecuador.

El caserío de Puerto Zambito fue elegido para las operaciones de asalto urbano.

Durante varias semanas se registraron intensas lecciones de muerte y entrenamiento por parte de mercenarios israelíes e ingleses. Después de finalizados los cursos, se desencadenaron en Colombia las más terribles masacres.

El mercenario que llegó primero con su grupo fue el de Yair Klein. Al curso que dictó lo llamaron ‘Pablo Emilio Guarín’.

Los otros ‘contratistas de la muerte’, los ingleses, al mando de un tal ‘Dave’, llegó a Puerto Boyacá en 1988.

El ‘Fercho’ y ‘Vladimir’ fueron los alumnos más aventajados del curso y los consentidos de instructores y patrones. Estos dos ‘graduados’ comandaron los grupos que cometieron las matanzas más terribles.


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Para inicios de marzo de 1988 llegó desde Córdoba una urgente solicitud a Puerto Boyacá. Se necesitaba a un grupo de muchachos para solucionar un ‘problema’ en el Alto San Jorge. La exigencia era que fueran ‘buenos’.

Los escogidos para la labor habían aprobado el curso y estaban a pocos días de poner a prueba lo aprendido. El grupo llegó a Urabá a inicios de marzo y se estrenó en la madrugada del viernes 4 de marzo de 1988, en dos fincas de Turbo, Antioquia. Allí dejaron varios cadáveres que daban fe de su mortífera eficacia.

El grupo siguió hacia Córdoba a mediados de marzo. El martes 15, a medio día, asesinó al abogado y docente Alfonso Cujavante Acevedo. Luego se dirigió a la zona rural de Buenavista, en el San Jorge. Allí aplicó con todo rigor lo que le enseñó el maestro Yair Klein en la ‘cátedra’ de planeación y estrategia. A los pocos días estaba montada la operación conocida como la masacre de Mejor Esquina.

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En las elecciones del 13 de marzo de 1988, el movimiento político Unión Patriótica ganó 18 alcaldías en todo el país: una en Bolívar, Nariño, Cundinamarca y Chocó; dos en Santander, Arauca y Caquetá; tres en Meta; y cinco en Antioquia. Decenas de aspirantes ganaron una curul al concejo, y en muchas poblaciones obtuvieron la mayoría.

Pero muchos de los elegidos no terminaron el período. Es más, otros ni siquiera lo empezaron.

El 18 de mayo de 1988, cuando pagaba la cuenta en el hotel El Cristal, en Medellín, Elkin de Jesús Martínez Álvarez fue asesinado. Ese día recibió el triste honor de ser el primer alcalde de elección popular asesinado en Colombia. Elegido en el municipio de Remedios, le faltaban 13 días para posesionarse.

Luego siguieron concejales y simpatizantes de la UP.

En noviembre de ese año, ‘Fercho’ y ‘Vladimir’ se unieron de nuevo para perpetrar otra terrible masacre. El viernes 11 de noviembre, pasadas las seis de la tarde, un grupo de hombres armados, al mando de un negro, se bajaron de tres camperos en el parque principal del municipio de Segovia, nordeste antioqueño, que en ese momento se encontraba atestado de fieles que salían de misa y que paseaban por la plaza. Alzaron sus armas y comenzaron a disparar contra los presentes. Otros asesinos se dirigieron al bar ‘Johny Key’ y ultimaron a los que allí departían.

Murieron cuarenta y tres personas.

La noticia de la masacre fue olvidada 24 horas después por la elección de la reina nacional de la belleza, en Cartagena.

Con esta masacre se cerró el año 88 y llegó otro más terrible y violento para el pueblo colombiano. En 1989, todos los alumnos de Yair Klein salieron a ejercer su nueva ‘especialización’: Masacradores y expertos en explosivos.

El proyecto de las Autodefensas del Magdalena Medio estaba ya en manos del narcotráfico. Muchos militares dieron un discreto paso al lado y empezaron a ver cómo las personas que ayudaron a que se defendieran de la guerrilla y a colaborar con el Ejército se salieron de control tras quedar en manos de los ‘señores de la droga’. Otros contados uniformados aprovecharon la bonanza del billete que había y se olvidaron también de la lucha antisubversiva. Altos oficiales en Bogotá empezaron a presentir el daño que le haría a la Institución castrense la metamorfosis de los integrantes de las Autodefensas. Alguien dijo: “Por eso es que no hay que hacer cosas buenas que parezcan malas”.

Además, como recuerda un líder ‘para’ de la época: “El peso en Puerto Boyacá desapareció, todo se pagaba en dólares, hasta las putas cobraban en ‘verdes’. Nos presentábamos a todas las fiestas y reinados de los pueblos vecinos. Cada ‘patrón’ y comandante patrocinaba su candidata”.

El único norte que existía era el de la ruta de la droga: Estados Unidos.


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El 18 de enero de 1989 una comisión de investigadores llegó a la zona del Bajo Simacota, a las veredas de Puerto Nuevo y La Rochela, para realizar unas indagaciones sobre la muerte y desaparición de varias personas, en especial la de 17 vinculadas al comercio del contrabando. De quienes no se volvió a saber desde el 9 de octubre de 1987, cuando se desplazaban en cuatro vehículos, entre ellos un camión que traía electrodomésticos, textiles y ropa.

Ese día de octubre los contrabandistas traían de Venezuela hacia Medellín una mercancía avaluada en más de 50 millones de pesos. En Puerto Araújo, Santander, a pocos kilómetros de Puerto Berrío, fueron detenidos en un retén del Ejército. Allí fueron retenidos por un tiempo, algunos logran hacer varias llamadas a sus familiares.

Luego de aclarar los interrogantes siguieron su trayecto. Pero más adelante en el sitio La Lizama, un grupo de hombres armados los detuvo, al mando estaba un sujeto apodado ‘Vladimir’.

Los comerciantes fueron torturados y sus cuerpos nunca fueron hallados. Testigos de los hechos dijeron que fueron asesinados y que los cadáveres fueron arrojados al río Ermitaño, por los lados de la vereda Zambito.

Algunos investigadores llegaron a cuestionar el retén militar. Otros, sin prueba alguna, llegaron a sospechar que desde allí se les avisó a los ase¬sinos.

Nueve días después, dos familiares de los desaparecidos llegaron a Puerto Boyacá a preguntar por sus parientes, pero nunca aparecieron, lo que elevó a 19 las víctimas. Los carros fueron desarmados y botados a una ciénaga por los lados de la hacienda ‘El Diamante’, en el Magdalena Medio.

Aunque para muchos fue una simple coincidencia, en diciembre de 1987 se inauguró con mucha pompa la nueva boutique de Puerto Boyacá: ‘Variedades Cuqui’. La propietaria era doña Marina Ruiz, la esposa del patrón, Henry Pérez. Los artículos que se vendían eran electrodomésticos, ropa de marca, perfumes y textiles, entre otras prendas.

La justicia comenzó a atar cabos y se iba acercando a los responsables. Fue así como llegaron a La Rochela.

El lunes 16 de enero de 1989, 15 funcionarios judiciales salieron desde San Gil a Barrancabermeja, Santander. La comisión se desplazó a varias veredas de Cimitarra a realizar unas indagaciones. Dos viejos camperos Toyota, uno extralargo rojo y otro corto gris, los movilizaban. Repartieron por la región las respectivas boletas de citación. El martes 17 cumplieron varias diligencias por la zona de Puerto Capote y Puerto Parra, y decidieron dejar para el miércoles 18 el sector de La Rochela.

Antes de llegar a esa vereda decidieron separarse para cubrir más rápido todo el área. Unos cogieron para el caserío en mención y los otros para Puerto Nuevo, ubicado en la margen izquierda del río Opón. Pero no pudieron cruzar porque fueron interceptados por unos sujetos armados que se identificaron como miembros de las Farc. Les comentaron que ellos les suministrarían toda la información que requerían, que se regresaran por el resto de la comisión.

Y así lo hicieron. Cuando estaban todos, como a las 11:00 de la mañana, llegó en un campero Samurai blanco, un negro fornido, de mediana estatura, al que llamaban comandante y trataban con mucha reverencia. Lucía en su cuello unas cadenas de oro y llevaba puesto un sombrero blanco. Habló despacio con uno de sus hombres y luego se dirigió a la comisión judicial: “A las Farc nos alegra que estén por aquí para aclarar y juzgar los crímenes de los paramilitares”.

Luego de hablar un momento, les comentó a los funcionarios judiciales que el Ejército estaba cerca y que era mejor hablar en otro sitio. Les propuso entonces que le entregaran las armas y se dejaran amarrar por si los militares llegaban, ellos dijeran que la guerrilla los tenía prisioneros. Los jueces no vieron ningún problema y aceptaron.

Todos se montaron en sus carros y cogieron por la Troncal de la Paz, que estaba en construcción, hacia Barrancabermeja. La caravana la encabezaba el Samurai del negro.

Luego de recorrer dos kilómetros, en el sitio La Laguna, vereda La Rochela, municipio de Simacota, Santander, el vehículo se detuvo. Los demás hicieron lo propio.

El negro se bajó con un R-15 en la mano y comenzó a disparar contra los ocupantes de los dos Toyotas. Lo mismo hicieron sus acompañantes. Más de 600 vainillas se encontraron en el sitio.

A los heridos los remataron con un tiro en la cabeza. Luego el comandante ordenó: “Busquen los expedientes y métanles candela a los carros”. Después comenzó a pintar los vehículos con consignas alusivas a las Farc.

De un momento a otro el negro gritó: “Pilas, vámonos que nos cogió la noche”. Esta frase fue muy parecida a la misma que, también un hombre negro pronunció en la noche del 3 de abril de 1988, en Mejor Esquina: “Pilas, vámonos que nos cogió el día”.

Media docena de cadáveres quedó tirada en la polvorienta carretera y otros tantos dentro de los carros. Tres personas se salvaron milagrosamente de la masacre cuando los criminales las creyeron muertas. Fueron éstas las que reconocieron al negro como responsable del múltiple crimen.

La descripción se refería al ‘Negro Vladimir’. Fue la primera vez que el país escuchó este pavoroso nombre, aunque muchas autoridades ya tenían referencia de él desde Mejor Esquina.

Esta criminal acción llevó al columnista del diario El Tiempo, Enrique Santos Calderón, a escribir una columna el domingo 22 de enero de 1989 titulada: “Qué hacer con los paramilitares”. En uno de sus apartes decía: “El león se salió de la jaula y nadie parece capaz de salir a cazarlo”. Ya el desmadre de estos grupos era de conocimiento público, pero la solución estatal no era directamente proporcional al daño que ocasionaban.


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Esta acción asustó y sorprendió a muchos en el Magdalena Medio que venían tolerando la situación, ya que esperaban que las cosas volvieran a su rumbo. La reacción de las autoridades no se hizo esperar, el Gobierno Nacional comenzó a tomar medidas excepcionales como la de derogar los decretos que permitían armar civiles y reclutarlos para labores militares.

Además, se creó por Decreto el Cuerpo Especial Armado, CEA. De allí salió lo que se conoció como Cuerpo Élite o Bloque de Búsqueda. Su misión específica era la de perseguir a los grupos armados ilegales, en otras palabras a los paramilitares, sicarios, narcoparamilitares y Autodefensas. Contra Pablo Escobar y sus hombres cazaron una guerra a muerte.

Se aproximaba el fin de las Autodefensas del Magdalena Medio.


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Un sujeto que había llegado a Puerto Boyacá en 1983 como médico y que trabajaba en Acdegam, le asestaría el primer rudo golpe a los cimientos de las Autodefensas. Le reveló al mundo secretos que parecían inenarrables. El sujeto después de enterarse de la masacre de La Rochela, tomó la decisión de no trabajar más con esta gente. Esperó unas semanas, una noche durmió pero amaneció a cientos de kilómetros de Puerto Boyacá.

Se presentó a las autoridades colombianas, y fue tal su testimonio que lo llevaron ante el Congreso de los Estados Unidos. Nos referimos a Diego Viáfara Salinas. Fue el tipo que entregó las pruebas, que los medios de comunicación llamaron ‘El Dossier de las Autodefensas del Magdalena Medio’. Todo mundo quedó pasmado con las revelaciones. Viáfara pasó al Programa de Protección a Testigos y se quedó como informante de la DEA.

Relató al mundo paso a paso cómo se contrataron a los mercenarios extranjeros para adiestrar a los escogidos. “Al primer curso, dijo, se ‘matricularon’ cincuenta hombres, distribuidos así: De Henry Pérez y ‘El Mexicano, 20 y 20. De Víctor Carranza 5 y otros tantos de Pablo Escobar en sociedad con Fabio Ochoa”. También entregó las coordenadas de la finca ‘Cincuenta’ -en Puerto Boyacá- donde se entrenaron los comandos, y habló de los vínculos de los militares del Bárbula, Bomboná y la BR-XIV con Henry Pérez y sus subalternos.

También reveló quiénes eran los verdaderos jefes de las Autodefensas y qué estaban haciendo.

El Gobierno no dudó del testimonio y comenzó la persecución. A la gente de Puerto Boyacá nunca la había perseguido la Policía ni el Ejército, pero esta presión hizo recapacitar a muchos.

Un video revelado al país demostró cómo en el Magdalena Medio se estaban preparando escuadrones de la muerte. El general Maza Márquez se encontraba en su búnker del DAS dialogando off the record con un periodista extranjero, a quien decidió mostrarle un video que tenía de unos hombres entrenando tácticas de defensa y ataque. Cuando el acompañante del oficial vio al que dirigía la instrucción dijo que lo conocía: Lo identificó como Yair Klein. A los pocos días los videos aparecieron en los noticieros.

Muchos miembros de las Autodefensas comenzaron a desertar y a presentarse al DAS y a la Procuraduría General para pedir protección a cambio de testimonios.

La razón: Una serie de acontecimientos les demostró que los ‘barones de la droga’ estaban en otro cuento... en guerra contra el Estado.


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En el Magdalena Medio autoridades y miembros de la organización paramilitar no aguantaban la presión, por lo que muchos colaboraron con la justicia.

Fue así como se empezó a armar el expediente contra el ‘Negro Vladimir’, quien se ocultaba en la vereda de Vuelta Acuña, pero iba mucho a su casa en Puerto Berrío ubicada en pleno centro, en la calle 15 con carreras 7ª y 8ª. Un amigo le dijo que había orden de “echarle mano”, pero el ‘negro’ se soltaba a reír.

El lunes 14 de agostó de 1989 ‘Vladimir’ dio una entrevista a un periodista del diario El Tiempo, en donde se describió como un “campesino bueno que no ha hecho nada”. Dijo que vivía del campo, en una parcela que le compró a la Caja Agraria, y que pertenecía al movimiento político Morena, creado por Acdegam.

Al día siguiente, un capitán de la Policía lo citó. ‘Vladimir’ accedió a verse con él en Berrío, el miércoles 16 a medio día en su propia casa. El oficial le iba a contar, supuestamente, que había un operativo contra él.

El miércoles 16, a las 11:00 de la mañana, llegó a Berrío desde Bogotá un avión de la Fuerza Aérea Colombiana con una unidad del Cuerpo Élite de la Policía y una orden de captura. Sin consultar con las autoridades del puerto, se dirigieron con el capitán que pactó la cita a la casa acordada. ‘Vladimir’ trató de enfrentar a los uniformados con dos escoltas que lo acompañaban, pero el llanto de sus dos hijas y su esposa lo detuvieron. Salió a la puerta y gritó: “No disparen, que yo me entrego, no vayan a matar a mi niña”. El oficial al mando de la misión le ordenó arrodillarse y caminar sobre sus rodillas y manos. Se arrastró sobre el áspero concreto del andén hasta la calle. “No se vaya a levantar porque se muere”, le dijeron. Los escoltas fueron tendidos bocabajo.

Dos policías que parecían gigantes, se acercaron al negro, le pusieron las esposas y lo embarcaron en una camioneta que lo trasladó hasta la Brigada XIV mientras regresaba el avión. ‘Vladimir’ nunca imaginó salir de esa guarnición –a la que tantas veces entró– rumbo a una cárcel.

Al día siguiente, todos los miembros de la Policía de Berrío fueron relevados.

Henry Pérez comenzó a colaborarle con plata y abogados a ‘Vladimir’. A la esposa le montó un negocio en Puerto Berrío para que viviera de él.

Pero la pelea entre Pérez y Pablo Escobar hizo que el ‘negro’ pasara al olvido para todos.

Entonces ‘Vladimir’ se dedicó a escribir cartas a la gente clave de las Autodefensas y a algunos militares. Allí exponía su situación económica y demás penas. Los que le mandaron la liga43 se salvaron; los que no enviaron nada, fueron víctima del ventilador que prendió. Un juez lo mandó para la cárcel del Barne, en Tunja. En ese lugar el frío lo estaba matando. Entonces mandó una carta en donde prometía colaborar con la justicia a cambio de un inmediato traslado a Palmira, Valle.

La principal víctima de sus declaraciones fue el general Faruk Yanine Díaz. Cuando le había contado todo a la justicia, envió otras cartas a gente clave, pidiendo dinero para retractarse.



La otra guerra


La gente no había salido del asombro ni digerido los más de seiscientos crímenes que las autoridades atribuían a ‘Vladimir’, cuando dos hechos, dos días después, abofetearon al país. El calendario marcaba el 18 de agosto de 1989. El primero de los episodios se registró en Medellín.

En la mañana una ráfaga de fusiles de asalto R-15 sacudió a los transeúntes de una de las avenidas de la capital antioqueña. Varios hombres dispararon con sevicia contra la camioneta del condecorado oficial Valdemar Franklin Quintero, comandante de la Policía de Antioquia.

Al conocer el crimen, una solidaridad de cuerpo empezó a invadir a varios oficiales honestos de la Policía que veían cómo ya habían matado a un Comandante y que los próximos podían ser ellos.

Pero faltaba otro terrible crimen ese día para acabar de sacudir al país. Éste se perpetró a 389 kilómetros de Medellín, en la localidad de Soacha, a las afueras de Bogotá.

En la noche, una ráfaga de ametralladora acabó con la vida del aspirante presidencial por el Partido Liberal, Luis Carlos Galán Sarmiento.

Aunque las autoridades atribuyeron este asesinato a los narco¬tra¬ficantes: Escobar y Rodríguez Gacha, muchos se preguntan si este crimen fue el resultado del ‘pedaleo’ de algunos líderes políticos de An¬tioquia y otras ciudades, que “se la pasaban en ‘Nápoles’ visitando al patrón”.

Nada iba a ser igual para las Autodefensas o paramilitares del Magdalena Medio, la espiral de la muerte en que nunca se pensaron meter los estaba avasallando.

El asesinato del coronel Valdemar Franklin Quintero llenó de coraje y cojones a una parte del Alto Mando de la Policía, que se atrevió a combatir con decisión al narcotráfico. Y el crimen de Galán les dio el respaldo político que nunca habían tenido.

Una facción de la organización de Escobar empezó a ver con preocupación la actitud terrorista del capo. Incluso, uno de ellos avizoró lo que estaba por venir si no detenían al narcotraficante.

Algunas personas tomaron la decisión de ayudar a las autoridades enviando informes secretos. Hubo un informante muy importante en los registros del DAS con el código ‘Alekos’. Un dato de esta fuente le salvó la vida al candidato presidencial César Gaviria Trujillo a finales de 1989.

En una casa cercana al aeropuerto Olaya Herrera se encontraron unas bazucas para atentar contra el avión del aspirante cuando se aproximara a la pista. El hallazgo lo hizo una unidad del Bloque de Búsqueda al mando del coronel Martínez Poveda.

Con el pasar del tiempo, Escobar Gaviria empezó a ver con recelo al hermano menor de su amigo Fidel Castaño, Carlos. “Pero no tenía la prueba reina para arrancarle. Más bien aparentaban darse una mutua confianza para ver quién daba primero la mamada44, para uno matar al otro”. Pero cuando el capo quedó recluido en ‘La Catedral’ le pegó dos ‘envionazos’ a Carlos Castaño, quien por ser tan ‘arisco’ se salvó.


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Por otra parte, todos los acontecimientos y atentados de la llave terrorista: Escobar Gaviria - Rodríguez Gacha, contra el Gobierno y el Estado colocaron a Henry Pérez por primera vez en peligro. Ya no podía entrar a Puerto Boyacá como antes, nunca había sido perseguido por la justicia. Persecución que arreció después de cada acto criminal de sus socios y patrones: Luego del bombazo contra Maza Márquez el 30 de mayo de 1989... el asesinato del gobernador de Antioquia, Antonio Roldán Betancur, el 4 de julio... el crimen de Valdemar Franklin Quintero, el 18 de agosto... de Luis Carlos Galán, el mismo 18 de agosto... de la bomba al diario El Espectador, el 2 de septiembre... a las sedes políticas ubicadas en Bogotá, el 21 de septiembre... al hotel Hilton de Cartagena, el 25 de septiembre... al avión de Avianca, el 27 de noviembre... al edificio del DAS, el 6 de diciembre. Ya Henry estaba casi ‘maduro’ para hacer un trato con él.

Después de la muerte de Luis Carlos Galán, el Cuerpo Élite, la nueva unidad de asalto de la Policía Nacional, se tomó la hacienda ‘Nápoles’, allí montó su cuartel general. Comenzó entonces la persecución de mafiosos por toda la región, en especial los que estaban por los lados de ‘Parcelas California’, el exclusivo lugar donde pernoctaban algunos narcos que iban a visitar a Escobar. La construcción de varias vías de acceso y de atajos que tenía ese lugar, le salvó la vida a más de un narcotraficante.

Hay un aparte que nunca se supo con respecto al primer oficial que enviaron a Medellín a perseguir a Escobar, después del asesinato de Valdemar Franklin Quintero y Luis Carlos Galán. El escogido fue Rosso José Serrano. Lo mandaron porque había sido compañero de Quintero, “pero a los cuatro días se regresó a Bogotá a pedir ‘cacao’ y fue reemplazado”. Un general retirado de la Policía comentó a sus colegas en un día de pesca: “No sé como sale a decir que él acabó con los narcotraficantes, si él se regresó asustado de Medellín. Recuerdo que dijo que eso estaba peligroso, que no había en quien confiar. Se regresó y no hizo nada. Para terminar de joder se autoproclama el personaje de Colombia poniendo a votar a los familiares de todos los policías del país en una encuesta de una cadena radial”.


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Henry Pérez empezó a dejar de ser el reyezuelo que era en la región, ya miembros de la Brigada XIV también lo perseguían, con excepción de su amigo y comandante del Bárbula, coronel Luis Arsenio Bohórquez Montoya.

Estaba a punto de iniciarse el Apocalipsis... pero la operación.



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A mediados de noviembre de 1989, Pablo Escobar se había refugiado en la finca ‘El Oro’, al frente de la Estación Cocorná, a la margen izquierda del río Cocorná. Allí estaba con sus lugartenientes y otros capos. A esta propiedad se llegaba sólo por el río o por aire.

Muchas personas que no le quisieron vender a Escobar sus tierras por esa zona, corrieron la escritura bajo tierra. Así sucedió con un matrimonio de extranjeros que residía allí cerca.

Ramón Isaza recuerda lo que Escobar hizo en una ocasión con el casero de la finca ‘El Oro’. El humilde hombre se fue para Puerto Triunfo a realizar unas compras. Allá se encontró con un comandante de Policía que le preguntó si el ‘patrón’ estaba en la hacienda, a lo que el empleado contestó que sí. El uniformado esperó que se fuera y llamó a una central de radio y le dijo a Escobar: “Patrón, tiene un sapo con usted. Le pregunté que si usted estaba allí y me dijo que sí”. Al regresar el casero lo amarraron a un palo, le echaron gasolina y lo prendieron.

Según testimonios en esta finca se planeó el atentado al Das. Estuvieron presentes Pablo Escobar, Rodríguez Gacha, Albeiro Areiza (a) ‘El Campeón’, ‘El Arete’ y ‘El Chopo’. ‘El Mexicano’ empezó la reunión comentando: “La vez pasada fallamos por haberle puesto sólo 150 kilos de dinamita, ahora le vamos a meter más de una tonelada de amoniacal. Hay que borrar el edificio”.

Por medio de inteligencia electrónica y humana el coronel Martínez Poveda, comandante de la fuerza Élite, logró ubicar a Escobar. Montó la operación que se denominó Apocalipsis. Como tiempo después se montó otra por la misma región, decidieron repetir el nombre y agregarle el dos.

Cuatro días antes de ser ubicado Escobar en la finca ‘El Oro’, Carlos Castaño llegó al sitio a visitar al capo y a Jorge Luis Ochoa.


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Los encargados de la inteligencia electrónica grababan todos los días, en unos viejos equipos de rastreo de comunicaciones, hasta 5 casetes de conversaciones que se emitían por las frecuencias vigiladas. En las noches el coronel empezaba a escuchar uno por uno. En una ocasión escuchó la voz de Escobar cuando pedía que le llevaran una muchacha. La comunicación se captó en la zona del Magdalena Medio. A los pocos días dos jovencitas del colegio Estatal de Medellín, Lina María, de 16, y Yanira, de 15, llegaron a la hacienda. Varios agentes lograron seguirlas hasta el Magdalena Medio, pero tuvieron que abstenerse de continuar con la vigilancia para evitar ser descubiertos.

Paralela a esta interceptación llegó al DAS una información sobre la posible ubicación de Escobar. Ésta iba acompañada de un enredado plano de la zona. El controlador del informante hizo saber que necesitarían un guía para llegar al lugar.

Enviaron a un campesino apodado ‘Ponzoña’, quien, en compañía de dos agentes de inteligencia, recorrió la zona en un carro, llevaban camuflado un escáner y escuchaban todas las comunicaciones. Oían cuando estaban reportando el vehículo en donde se movilizaban, pero siguieron su camino y luego los reportaron otra vez “sin novedad”. ‘Ponzoña’ señaló la entrada a Estación Cocorná, pero siguieron derecho, ya que por allí sólo entraban los moradores del caserío y los que llegaban al puerto, para que los cruzaran a donde el patrón. Por ese camino habían entrado las dos muchachas.

El guía les comentó que nunca había ido a la finca. Que sólo conocía la entrada que estaba situada a la orilla del río, allí había unas escaleras inmensas por donde se subía.

‘Ponzoña’ no había dormido en casi toda la noche, por eso cuando el coronel Martínez ordenó levantar a sus hombres aquella madrugada del 22 de noviembre de 1989, él estaba despierto y muerto del susto. Iba nada menos que a guiar a esta fuerza de élite a capturar o a matar a Pablo Emilio Escobar Gaviria, el enemigo público de Colombia. El guía conocía la región de Doradal, Puerto Triunfo, La Danta, Aquitania, Cocorná y gran parte de la zona de río Claro y Cocorná como su casa... pero desde el aire las cosas no son como en tierra.

Seis helicópteros partieron desde Barrancabermeja y lo hicieron a muy baja altura, en lo que se conoce como vuelo aerotáctico, para evitar ser vistos y para que el sonido de los aparatos no recorriera mucha distancia. Iban en sentido contrario por el río Magdalena y luego se desviaron, para coger el Cocorná. Iban a ser las siete de la mañana. Otros 150 uniformados se aproximaron en varios camiones y cerraron las vías que creían podían ser de escape.

Para ‘Ponzoña’ desde arriba todo era verde y nada se le parecía a lo que había recorrido y conocido.

La desorientación del guía era desesperante. De un momento a otro comenzó a gritar: “Aquí es, aquí es, aquí es”. Pero los helicópteros ya estaban sobre la finca. Y comenzaron a ser impactados por tiros de fusil que disparaban los escoltas de Escobar.

Los minutos en que estuvo desorientado el guía fueron los necesarios para que Escobar y Jorge Luis Ochoa se volaran de la hacienda ‘El Oro’. Mario Henao Vallejo, cuñado de Pablo, murió en el ametrallamiento que realizaron los helicópteros artillados.

Aunque aterrizaron lejos de la propiedad capturaron a 60 personas, decomisaron 35 fusiles R-15, dinamita, una completa red de comunicación y una camisa con la cédula de Escobar. En los radios confiscados escuchaban la voz del capo.

Una escuadra del Cuerpo Élite se metió en la selva a buscar algún sendero, pero se perdieron. En la tarde llegó el general Carlos Julio Gil Colorado con la orden de bombardear el área, pero el coronel Martínez Poveda impidió la acción hasta tanto no aparecieran sus hombres, que lo hicieron hasta el día siguiente. Como no conocían nada de la zona, Escobar se les escapó.

En la misma zona de búsqueda montaron el centro de mando y el cambuche para pasar la noche. Martínez y otros oficiales llevaban 72 horas sin dormir, se acostaron a las 7:00 de la noche. A las 10:00 un helicóptero apareció con unos potentes reflectores alumbrando la zona, se levantaron agitados y pensaron que el aparato buscaba a Escobar para sacarlo del cerco. El oficial se disponía a ordenar disparar, cuando su segundo al mando, el mayor Leonardo Gallego, escuchó la voz del mayor Óscar Naranjo por el radio, quien llegaba a colaborar en la búsqueda. Estuvieron a punto de derribarlo.


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Pablo cruzó el río y se tiró para ‘Nápoles’, luego cruzó la Autopista y se metió para la parte de atrás de las Parcelas California. Allí esperó a que se ‘enfriara’ la vaina.

El encargado de las grabaciones registró una conversación en donde Escobar exigió que le reclamaran a la gente que tenía en el Ejército y Policía por no ‘cantarle’ con tiempo el operativo. “Y mándeme a traer a ese malparido del radar (base aérea de Palanquero), para ver qué pasó con ese guevón, que no avisó”, reclamó por el radio. También pidió con urgencia el nombre y un perfil del tipo que comandó la acción, para ver si estaba en nómina... si no para incluirlo... o para darle plomo.

Fue la primera operación de envergadura contra Pablo Escobar, no participó ningún gringo ni tampoco hubo ayuda técnica o electrónica de los norteamericanos ni de otro país.

Fue una acción cien por ciento criolla.


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Después de esta operación contra el ‘Barón de las Drogas’ llegó la ayuda norteamericana, que constaba del avión plataforma que ubicaba las señales de emisión desde donde hablaba Escobar. Pero el margen de error era muy grande.

Al inicio, si se conocía la frecuencia por donde se comunicaba se le programaba al escáner hasta esperar que hablara. Si esto no ocurría, tocaba monitorear por semanas y grabar voces, que se iban metiendo a un archivo con un código. También la búsqueda dependía de las ondas de radio por donde se comunicaban los delincuentes. Unas veces lo hacían por Walkie-Talkie, punto a punto, antenas repetidoras que iban desde ‘Nápoles’ hasta Medellín, VHF y un artesanal sistema de trunking. Cuando se ubicaba la emisión llegaban a las repetidoras. Con el pasar del tiempo, la táctica de rastreo fue mejorando.


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Escobar siguió moviéndose por el Magdalena Medio. Muchos de los trabajadores de las Autodefensas se fueron con él porque pagaba mejor. Ya las lealtades no eran cuento de causa ni de principios sino de billete. Un comandante paramilitar apodado ‘Veinticuatro’ (24), escogió al capo como su nuevo jefe, lo cual no le impedía seguir copiándole45 a Henry.


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1989 no fue un año del todo negro para las autoridades. Una contundente acción de la Policía Nacional, comandada por un oficial de apellido Gallego, acabó con el narcotraficante y jefe militar del Cartel de Medellín, José Gonzalo Rodríguez Gacha. Cayó abatido en medio de unas plataneras, en la finca ‘La Lucha’, en Tolú, Sucre, el viernes 16 de diciembre, cuando se enfrentó a un grupo de uniformados. Gracias a ese positivo, la Navidad no fue tan amarga para la Policía.

Con la muerte del ‘Mexicano’ se oficializó la segunda ruptura de los grupos de Autodefensas del Magdalena Medio. La primera se dio con el asesinato del socio de Víctor Carranza, el viejo Gilberto Molina. Que fue ordenado por José Gonzalo Rodríguez Gacha.

Rodríguez Gacha era el socio de causa de Henry Pérez, y el que lo apoyaba en su lucha antisubversiva, con su muerte quedaba un único patrón... Pablo Emilio Escobar. Un leve malestar sofocó el cuerpo de Henry, la cosa se estaba complicando.

La serie de asesinatos y atentados de Escobar contra personalidades y autoridades del país obligó a los organismos de investigación a indagar cómo funcionaba este aparato criminal.

Ya antes, en abril del 89, unas declaraciones de Maza Márquez, basadas en testimonios de desertores, revelaron los vínculos mafia-Autodefensas, que involucraba también a algunos militares, resquebrajaron la imagen que muchos tenían de las Autodefensas. Después de la masacre de La Rochela y el crimen de Galán, el Gobierno le cayó con todo al narcotráfico, el crimen organizado y los grupos armados del Magdalena Medio. Pero los enemigos de las Fuerzas Militares usaron estas individuales acciones para señalar que la práctica del paramilitarismo era una actividad institucional y una política estatal. Hasta el día de hoy el Estado libra otra lucha para demostrar que no es así.


“Matemos a ese hijueputa ahora...”

Entre los hombres de confianza de Henry Pérez estaban viejos líderes campesinos, que eran comandantes de grupos de Autodefensas. Uno de ellos era Ramón Isaza, un hombre muy humilde, bajito, pelo quieto y piel trigueña; de voz grave, de un trato deferente para con los demás, incluidos sus subalternos. Por su manera, se ganó el respeto y aprecio de sus hombres. Fue amiguísimo del viejo Gonzalo y amigo de Henry Pérez.

Ramón Isaza es uno de los pocos miembros que quedó de aquel para¬militarismo puro que nació en el Magdalena medio. Es de la región de Argelia, una vereda muy cercana al río Cocorná y Claro. Desde joven fue protegido de uno de los curas López Arroyave. El Ejército que había empezado a reclutar campesinos para la lucha antisubversiva se propuso arrebatárselo. El sacerdote se da cuenta y una mañana le dice a Ramón, quien era temeroso de Dios, “anoche el Señor me mostró un sueño en donde me vendes”. Isaza se asustó. Días después un tipo llegó con una escopeta y casi lo mata. Salió huyendo y se presentó, junto con su amigo ‘El Mono’ Celín, en un batallón. Comenzó a trabajar como guía. Por su fogosidad y lealtad llegó con el tiempo al Estado Mayor de las Autodefensas del Magdalena Medio. Fue de los primeros en presentir el fin de la Organización antisubversiva cuando se apoderaron de la región Escobar y ‘El Mexicano’. “El narcotráfico no nos dejó ni un solo camino a las veredas, lo único que dejó fue la mala fama y la tragedia”, recuerda.

Henry lo escuchaba mucho, pero el día que más debió oírlo no lo hizo.

El viejo Ramón veía que Escobar los quería meter como fuera en la guerra contra el Estado y se lo advirtió a Henry. Además, le comentó que Escobar comenzó a extorsionar a los ganaderos de la región para comprar explosivos y atentar contra inocentes y el Gobierno.

Después de la muerte de Rodríguez Gacha, Escobar citó en ‘Nápoles’, que ya había sido desalojada por el Cuerpo Élite, a Henry Pérez. Este último fue en compañía de Ramón y varios de sus hombres. Arribaron a las 4:00 de la tarde en cuatro camperos, esta vez iban más armados que de costumbre. Entraron y a un lado de la piscina estaba Escobar sentado frente a una mesa sobre la que se podían ver varios documentos y recortes de periódico. El ‘Patrón’, sin embargo, no estaba leyendo en ese momento, sino disfrutando de un tabaco de marihuana.

El ambiente era sofocante por la alta temperatura, y tenso por el tema a tratar. Escobar fue al grano. Le pidió a Pérez que le entregara a unos hacendados que no querían apoyarlo para la guerra. Henry se negó y le dijo que no podía ayudarle en su pelea contra el Estado, porque su lucha era netamente antisubversiva. Pablo se molestó y le dijo que pensara bien las cosas, que después volvían a hablar. Antes de despedirse le recordó que ahora era él quien daba el billete, haciendo alusión a que ‘El Mexicano’ estaba bajo tierra y los muertos no giran plata.

Henry y Ramón se levantaron, se despidieron y caminaron hasta el parqueadero. Allí el viejo se le acercó a Pérez y le dijo: “Matemos a ese hijueputa ahora, Henry. Mire que no tiene casi escoltas, matémoslo ahora”. El líder paramilitar se quedó unos segundos pensando, se giró y miró hacia donde estaba el narcotraficante y respondió: “Vámonos, otro día regresamos y lo jodemos”.

Se notó que Henry no conocía del ‘aspero’ comentario popular que dice: Cuando tu enemigo agache el cuello... ¡córtaselo! Tuvo la ocasión y la perdió... pero Escobar no desaprovechó su oportunidad.


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Pérez empezó a recibir propuestas de organismos de inteligencia del Estado para que se uniera a la guerra contra Escobar. Se empezaba a ventilar una salida jurídica para ellos si capturaban o mataban al capo. Henry tomó la determinación de ‘torcérsele’ al ‘patrón’, y se comprometió con el Gobierno a entregar al narcotraficante. Ramón Isaza lo apoyó, pero le recriminó el no haberlo escuchado aquella tarde en ‘Nápoles’ cuando fueron a hablar con Escobar.

Henry Pérez se fue a donde el general Rodolfo Herrera Luna, que en 1990 había llegado como comandante de la Brigada XIV. Pérez le ofreció una valiosa información al general y al Cuerpo Élite de la Policía.

Con esos datos se montó la logística para la que sería la última operación por aire, tierra y ríos contra Pablo Escobar Gaviria en el Magdalena Medio.

Arrancó Apocalipsis II.


Hasta aquí este pequeño relato.


*** Tomado del Libro ‘CRÓNICAS QUE DA MIEDO CONTAR’, de Toño Sánchez Jr.

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Montería, Córdoba, Colombia
Periodista colombiano, autor de cuatro libros sobre temas de violencia, corrupción y narcotráfico: - Las crónicas que no me dejaban Contar, 2001 - Crónicas que da miedo contar, 2003. - Qué conste, 2005. - El hijo del ajedrecista, 2007. - VIVIR... mi ocupación favorita, 2010. - Historias que a nadie le gusta publicar, 2009.
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