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"La guerra no está asociada con pobreza o con narcotráfico": experto

NOTA DEL BLOG:

Por la importancia de esta entrevista, publicada en el diario El Tiempo, la compartimos con los seguidores de este Blog.


Por: PEDRO MIGUEL VARGAS
5:50 a.m.
18 de Enero del 2012

Así lo afirma Camilo Azcarate, un colombiano experto en resolución de conflictos y negociaciones

El presidente Andrés Pastrana propuso en una entrevista con ELTIEMPO.COM que una eventual negociación con las Farc debería llevarse a cabo en el exterior y en secreto.

Numerosas opiniones se han dado al respecto. ELTIEMPO.COM entrevistó a Camilo Azcarate, académico colombiano experto en resolución de conflictos y negociaciones y que actualmente labora en los servicios de mediación del Banco Mundial, quien opina sobre el conflicto colombiano y la mejor forma de resolverlo.

Para Azcarate, la mejor forma de resolver la violencia en Colombia es mediante el método de Resolución Interactiva de Conflictos, el cual fue aplicado en Irlanda y Sudáfrica con resultados positivos.

¿Cuáles son las causas del conflicto colombiano?

Camilo Azcarate: Hay una deficiencia en el diagnóstico del conflicto. Nosotros hemos estado identificando el conflicto colombiano de una manera errónea, que la guerra está asociada con la pobreza o con el narcotráfico. Lo cierto es que no hay correlación entre pobreza y violencia. La gente realmente pobre no tiene plata para hacer la guerra que hacemos los colombianos. El narcotráfico le ha permitido a las partes financiar el escalamiento de la guerra en las últimas décadas. Pero el conflicto colombiano existía ya, con altos niveles de crueldad, mucho antes de que el narcotráfico entrara a la escena. En los 60 se usaba como explicación del conflicto Colombiano la guerra fría y antes de eso el famoso "partidismo".

Todos esos factores (pobreza, partidismo, guerra fría, narcotráfico) están asociados al conflicto, pero no su causa. Reconocer eso es muy importante.

La causa más profunda yace en que grupos completos de la sociedad colombiana, en todos los niveles y espectro político, han visto amenazadas o negadas necesidades básicas (como la seguridad o la inclusión) y han tratado de satisfacer esas necesidades usando métodos que amenazan las necesidades de otros. Cuando eso ocurre, se cae en una verdadera trampa colectiva de la cual todo el mundo termina siendo víctima.

Colombia ha caído una y otra vez en este tipo de trampas. Durante la violencia algunos usaron los medios y las fuerzas del Estado para atacar a miembros de otros partidos. Ese fue un error mayúsculo puesto que deslegitimó, al menos en parte, al Estado mismo. La reacción produjo el escalamiento desastroso que le cobró la vida a cientos de miles de colombianos y produjo el conflicto como lo conocemos hoy.

Hace más de una década alguien me pregunto qué podría hacer un Presidente de la República para empezar a bajar la intensidad del conflicto. Mi respuesta sería la misma hoy en día: reconocer que los medios del Estado fueron usados ilegítimamente en el pasado y asegurarse que en el futuro las necesidades de seguridad de los colombianos (que son su responsabilidad) no justifiquen el uso ilegitimo de esos medios. Si se pierde la legitimidad del Estado, se pierde el rumbo.

Sin embargo, cambiar en el futuro no es suficiente. También hay que sanar el pasado si se quiere resolver el problema. Reconocer que se cometió un error, pedir perdón y tratar de resarcir el daño requiere mucha humildad, pero no hay otra salida de la trampa. El presidente, como representante del Estado, puede dar un gran ejemplo a los colombianos reconociendo que las fuerzas del Estado fueron usadas en el pasado de manera ilegitima y que eso fue un error. Eso no lo haría mas débil; al contrario, el verdaderamente fuerte es aquel que reconoce errores y trata de enmendarlos.

Allí es cuando comienza el cambio. Muchos se preguntaran: ¿Por qué tiene el presidente que excusarse cuando las guerrillas o los paras no? Porque cuando uno comete un error uno pide perdón por lo que uno hizo, independientemente que otros lo hagan o no. Los otros tienen que vivir con sus conciencias. Ellos verán si tienen la fortaleza de también reconocer sus errores. Excusar nuestros errores por los errores ajenos es solo eso, una excusa.

¿Cómo afectaría al conflicto un discurso de perdón por algo que pasó hace más de 50 años?

C.A.: Funcionaría porque es lo correcto. El conflicto actual es el resultado de lo que pasó entonces. No se puede separar. Sólo sanando el pasado se puede cerrar esa puerta. Y las relaciones solo comienzan a sanarse cuando nos sobreponemos a nuestras inseguridades, aceptamos nuestros errores y pedimos perdón.

La gente tiene muchos mitos respecto al conflicto colombiano. Primer mito: ver 'La violencia' como algo ajeno, cuando fueron los mismos colombianos matándose mutuamente. Eso nunca ha sido sanado. 300 mil personas murieron entre el 46 y el 59. La sociedad no los ha procesado porque son parte del conflicto actual.

Segundo mito: que era parte de la Guerra fría. El conflicto empezó antes de que empezara la Guerra fría y no terminó cuando esta terminó.

Tercer mito: el narcotráfico. Creer que el conflicto existe porque existen las drogas. El narcotráfico les ha dado recursos a las partes para escalar el conflicto, pero no es su causa.

Los colombianos vamos de una excusa a otra para no reconocer lo que hay debajo de eso: los odios y resentimientos generados porque las partes han atentado contra las necesidades básicas del otro. Tanto la guerrilla como los paramilitares son el producto de las acciones del otro.

Por ejemplo, cuando 'Tirofijo' no fue a la mesa de diálogos en el 99, eso fue una humillación para Pastrana. En el discurso que mandó habló de las gallinas que perdió en Marquetalia, una de sus humillaciones personales. Recuerdo que la reacción general fue de burla. Castaño fue humillado. Todos los colombianos nos hemos humillado mutuamente, es eso lo que genera toda la energía que impulsa el conflicto colombiano y los niveles de violencia se ven.

¿Cómo llevar a cabo un proceso de paz en Colombia?

C. A.: El proceso es un asunto de muchos años. A largo plazo. En Irlanda, están haciendo un trabajo desde hace 20 años. No se puede hacer una negociación oficial al principio. Las negociaciones oficiales en este tipo de conflicto son contraproducentes.

Cuando se está tratando de poner puntos en una cortada, se empieza por las orillas y de allí se acerca hacia el centro. De la misma manera con un conflicto como el colombiano: hay que empezar por aproximar a las personas que, a pesar de compartir una perspectiva de las partes, no son las mismas partes. Personas que pueden estar en desacuerdo con los métodos usados pero que están de acuerdo con las narrativas o perspectivas que usan las partes. Un ejemplo de ese trabajo es la llamada Resolución Interactiva de Conflictos. Con la participación de facilitadores externos, personas que saben lo que están haciendo, se sacan de Colombia, por cuestiones de seguridad, personas que son de la periferia de cada una de las partes.

Es un proceso a largo plazo con el fin de crear una agenda común entre estas personas de la periferia. Esto puede llevar cinco años, y ese proceso tienen que blindarlo de las condiciones internas de lo que está sucediendo en la guerra, no puede estar influido por eso. A estas personas se les enseña a escucharse mutuamente. Que unos puedan explicar claramente, o mejor, las necesidades básicas del otro, y cómo se las están irrespetando. Ese es el objetivo principal.

Esto tiene que ser un proceso muy discreto y metódico. Los procesos de paz exitosos no son ejercicios de farándula sino mucho trabajo discreto y lento. Los éxitos en Irlanda y Sudáfrica son el fruto de cientos de miles de horas de trabajo, trabajo, trabajo.

Estas dinámicas de Resolución Interactiva de Conflictos tienen mucho potencial, pero hay que tener paciencia. Además no hay garantía de éxito, como en cualquier otra cosa. Este conflicto no se creó en un año ni tampoco se va a resolver en un año o dos. No hay soluciones mágicas.

Si la Guerra empieza en la mente de los hombres y termina allí, entonces se necesitan suficientes hombres que acaban con la guerra en su mente. Eso requiere voluntad política, fondos, que la gente que está liderando sepa cómo y por qué se hace. Esos expertos existen. Pero no hay voluntad política ni nada, hay fondos para todos menos para eso.

¿Cuál debe ser el momento para una negociación?

C.A.: Cuando mediante mucho trabajo preparatorio se han creado las condiciones para que las partes negocien bajo la luz de su esperanza compartida.

¿Está hablando de tolerancia?

C.A.: Es más allá que la tolerancia. Tolerancia es cuando usted se aguanta a alguien. Esto es diferente: es alguien que a usted le desagrada pero entiende por qué le desagrada. No justifica la manera en que está actuando pero por lo menos entiende cuales son las raíces de ese comportamiento.

Hasta que no entendamos y respetemos al otro, el problema no es solucionable. Hay que solucionar ese sentimiento de humillación. Empezar por tomarnos en serio. Esos son símbolos de necesidades básicas humanas que han sido negadas.

Es un problema de relaciones, de cómo la gente se trata mutuamente. Si el proceso de Resolución Interactiva de Conflictos es bueno, el 90 por ciento ya está hecho. El otro 10 por ciento es cómo se va a hacer, cómo implementar un acuerdo que ya existe. Esa es la negociación directa.

¿Qué tipo de negociación se tendría que llevar a cabo en un conflicto como el colombiano?

C.A.: El modelo de negociación directa de Roger Fisher no se aplica a este tipo de conflicto, por lo menos al principio. Es un conflicto muy distinto.

Lo que funciona son procesos más metódicos. Estos talleres funcionan así: primero, hay que conseguir recursos para hacer los seminarios; segundo, hacer los talleres cuatro o cinco veces al año con diferentes grupos del conflicto, sociedad civil, etc.; Tercero, contratar personas expertas en este tipo de dinámicas, que conozcan el medio, el conflicto colombiano. Se elabora una lista de personas para participar, se les invita y se les explica las reglas básicas. Un seminario de estos dura una semana. En un sitio seguro.

En el cuarto paso, ya el taller en sí: los facilitadores se reúnen individualmente con cada una de las partes (primer día) y les explican unas reglas básicas. En el segundo día se hace un análisis de necesidades básicas de cada una de las partes. Después, se les busca respuesta a esas necesidades básicas de cada una de las partes. El siguiente día es la búsqueda de posibles soluciones que le darían un manejo a esas necesidades básicas humanas. El último día: cuáles son las cosas que ayudan y previenen cada una de esas necesidades básicas humanas.

Eso se hace durante mucho tiempo con los mismos o diferentes participantes. Es un proceso de educación.

¿Cómo es que talleres de una semana que se hacen durante años sirven para la paz?

C.A.: El efecto es muy poderoso para la reconciliación. Hubo capacidad de aprendizaje, es el poder de la educación. El entendimiento de la gente crece. Es despacio porque, como toda educación, hay que dar un tiempo para asimilar el proceso nuevo. El proceso de aprendizaje toma tiempo, aumentando la gente que está siendo educada.
Sobre el entrevistado

Camilo Azcarate es abogado de la Universidad Javeriana y experto en resolución de conflictos de la Universidad de Massachusetts. Estudio el conflicto Colombiano durante el tiempo en que fue miembro del Programa de Análisis y Resolución de Conflictos (PICAR) de la Universidad de Harvard. Fue ombudsman y profesor de la Universidad de Princeton. Actualmente, maneja el programa de mediación del Banco Mundial.

Pedro Miguel Vargas

Subeditor Portafolio

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Montería, Córdoba, Colombia
Periodista colombiano, autor de cuatro libros sobre temas de violencia, corrupción y narcotráfico: - Las crónicas que no me dejaban Contar, 2001 - Crónicas que da miedo contar, 2003. - Qué conste, 2005. - El hijo del ajedrecista, 2007. - VIVIR... mi ocupación favorita, 2010. - Historias que a nadie le gusta publicar, 2009.
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