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El réquiem de un hakawati* inmortal



Nota de la Redacción:

Este es el prólogo escrito por el médico Alejandro Jadad Bechara, para el libro ‘Vivir… mi ocupación favorita’, que trata sobre las conversaciones que tuvo Enrique Carlos Angulo Hoyos con el periodista Toño Sánchez Jr.


El réquiem de un hakawati* inmortal

El 11 de octubre de 2006 recibí un mensaje por correo electrónico de Enrique Carlos, en el que me decía: «Atravieso un difícil momento a raíz del diagnóstico y tratamiento de un adenocarcinoma de apéndice (bastante raro por cierto).

Como sé que tu tiempo es muy escaso, mucho apreciaría, si me pudieras ayudar con alguna orientación o información frente al manejo de mi caso.
Dios sabrá agradecerte.»

Estas palabras, las cuales he extraído exactamente de mi buzón, iniciaron una de las relaciones más especiales que he tenido en mi vida.

De ser alguien a quien había admirado a distancia, por muchos años, Enrique Carlos pasó a ser súbitamente mi paciente (virtual, como era de esperarse en su caso), y muy rápidamente uno de mis amigos más cercanos.

Durante los siguientes tres años mantuvimos comunicación prácticamente contínua por correo electrónico o videoconferencia. Al principio, la mayoría de nuestras conversaciones se centraban en diferentes aspectos del tratamiento agresivo que estaba recibiendo para su cáncer. Él me contaba lo que le habían sugerido sus médicos y me pedía artículos científicos que le permitieran tomar la decisión más acertada posible. En varias ocasiones actué de puente con grupos de colegas en Canadá y los Estados Unidos, los que consistentemente confirmaban la gravedad de su caso, su mal pronóstico y la idoneidad con la que estaba siendo tratado en Colombia.

Entre líneas llenas de jerga médica y estadísticas, intercambiábamos cada vez más frecuentemente ideas sobre tecnología, literatura y música. Cada vez que sobrevivía a una nueva cirugía, a una obstrucción de los intestinos o a un ciclo nuevo de quimioterapia, nuestras conversaciones se enfocaban más en lo que él llamaba «vainas filosóficas» como el origen del amor, el poder de la amistad, la fragilidad de la felicidad, lo paradójico de la esperanza y la inevitabilidad de la muerte.

Disfrutamos mucho hablando de su libro Ignoracia avanzada, al que describía como «un sancocho mamagallístico naif pringado de algunas cuantas ideas serias. Es un poco inter-trans-multi disciplinario pero ante todo algo estrafalario...». Nos reíamos sin parar cuando me contaba cómo los chismosos decían que el libro había sido escrito por «el ilustre filósofo francés Noy Godin» y que no se explicaban cómo él se las había ingeniado para «colarse» como co-autor, sin saber, por supuesto, que Noy Godin había sido el producto de esa imaginación privilegiada y madura con la que nos deleitaba y sorprendía a todos los que tuvimos el privilegio de conocerlo.

Poco a poco, sus notas incluían más comentarios sobre «el edificio de la fe» o «el edificio de la espiritualidad», la torre paralela que estaba construyendo al lado del «edificio de la razón» en el que había habitado durante la mayor parte de su vida. En uno de los primeros mensajes al respecto, me escribió:
«Aprecio tantísimo que le dediques tiempo a mis impertinencias.

Imagino que tanta cercanía a la ciencia y la tecnología te mantiene lejos de cualquier fe religiosa. Hay tantas ‘razones’ para ser agnóstico, ateo o escéptico.

La fe solo se puede construir en un edificio al lado, que no comparta mucho la infraestructura de la razón»

Durante los siguientes tres años pude ver cómo el cáncer no fue suficientemente fuerte como para evitar que Enrique Carlos construyera un verdadero rascacielos espiritual desde donde venció el miedo a la muerte.

Este libro es una fuente invaluable de información sobre la vida de este extraordinario arquitecto. Ensamblado cuidadosamente por Toño Sánchez Jr., el libro es una visita guiada por el mismo Enrique Carlos, quien nos lleva a los rincones más especiales de su vida.

Como era de esperarse, sin embargo, Enrique Carlos no nos revela su verdadera intención explícitamente. Como siempre, en cada una de las páginas nos va dejando claves para que poco a poco entendamos lo que está tratando de hacernos entender y sentir.

El libro se inicia con versículos de Habacuc, un profeta menor que vivió en el siglo VII antes de nuestra era. Conociendo a Enrique Carlos esto tiene mucho sentido. Primero, porque le permite darnos un ‘abrazo’ de bienvenida (la palabra ‘habacuc’ significa ‘abrazo’ o describe a alguien a quien le gusta abrazar). Segundo, porque le permite invitarnos a que lo conozcamos aun más a través de sus palabras, como nos sucede con Habacuc, de quien nos queda lo que escribió hace más de 2.500 años. Tercero, al escoger unos versículos que en conjunto se conocen como Fidelidad a Dios a pesar de todo o El Triunfo de la Fe, nos muestra cómo pudo sublimar su sufrimiento aparentemente sin sentido y nos pide que lo dejemos guiarnos, con el apoyo de Toño Sánchez Jr., desde la azotea de su nuevo edificio.

Después de este abrazo espiritual y de esperanza, el libro incluye una obertura en diez párrafos que nos preparan para las diecinueve secciones del réquiem en el que Enrique Carlos destila la esencia de su vida.

Con él a nuestro lado, gracias a la mano invisible de Toño, primero visitamos su ‘bello pueblo’, Sahagún. Allí, al conocer a su familia y amigos más cercanos, entendemos por qué sus torres tenían cimientos tan fuertes. Luego nos lleva a Bogotá, en donde se hizo abogado esperando promover una justicia que encontró en muy pocos sitios.

De allí, como un verdadero ‘hakawati’, nos traslada nuevamente a su costa querida, en donde encuentra a Rochy, el amor de su vida, a quien había conocido ‘siempre’. Con ella, encontró la felicidad con la que le pudo dar a los edificios una estructura a prueba de vendavales, el calor humano con el que nutrió a sus hijos e irradió a sus amigos, la pasión con la que trató de aprender algo nuevo cada día, y la visión con la que se anticipó a muchas de las tendencias tecnológicas del mundo por medio siglo.

Inevitablemente, Enrique Carlos le dedica una sección entera al diagnóstico de su cáncer, y a la forma en la que éste comenzó a alterar su percepción de la vida y de la muerte.

A partir de este punto, exactamente en la mitad del libro, Enrique Carlos nos lleva a su nuevo edificio, en donde nos mantiene hasta el final de su narración, compartiendo con nosotros los detalles del proceso que lo llevó a descubrir a Dios y a nutrir su fe.

Desde allí, sin forzarnos a compartir sus creencias y con su generosidad de siempre, Enrique Carlos usa la energía que le queda para motivarnos a reflexionar sobre nuestras propias vidas. Esto lo hace con su tono directo y conversacional de siempre, diciéndonos, línea por línea, que aún es capaz de penetrar nuestros cerebros con sus ideas cariñosamente punzantes, transcendiendo el tiempo y el espacio.

Quizás fue esa misma capacidad de transcendencia laque motivó el título del libro.

Quizás Vivir… Mi ocupación favorita, realmente lo dice todo.

Quizás este libro es parte de un plan cuidadosamente concebido y ejecutado para hacernos fácil entender que sigue viviendo con nosotros, y en nosotros, después de lo que llamamos muerte.

Por esto, ilustre lector, te pido que aceptes la invitación y que le permitas a Enrique Carlos, una vez más, hablar contigo, y contarte historias mágicas en la forma en la que solo él puede hacerlo.

Quizás, luego de escucharlo, sientas como yo la necesidad de responderle, diciendo:

«Gracias, mi querido hakawati sabanero, por hacerme tu cómplice y por seguir Enrique-ciendo mi vida.»

*Hakawati es la palabra árabe que se usa para describir a los narradores de historias (o mas coloquialmente, “cuenta cuentos”). Este era el termino que Enrique Carlos y yo usábamos para llamarnos el uno al otro, en privado.


Alejandro Jadad Bechara
Toronto, Canadá, 18 de febrero de 2010

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Montería, Córdoba, Colombia
Periodista colombiano, autor de cuatro libros sobre temas de violencia, corrupción y narcotráfico: - Las crónicas que no me dejaban Contar, 2001 - Crónicas que da miedo contar, 2003. - Qué conste, 2005. - El hijo del ajedrecista, 2007. - VIVIR... mi ocupación favorita, 2010. - Historias que a nadie le gusta publicar, 2009.
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