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La terrible suerte del General Maza Márquez


"En Colombia no hay prestigio que dure más de una sema­na".

Gabriel García Márquez


Por Toño Sánchez Jr.

Siempre ha existido una gran controversia entre las distintas verdades que salen a la luz pública cuando suceden hechos de trascendencia nacional. Aflora una verdad jurídica, que más adelante se llamará procesal; hablan de una verdad periodística, que se mueve al zarandeo de las fuentes interesadas en que sus versiones sean las únicas valederas; y por supuesto que existe una verdad – verdadera, que por lo general no le gusta casi a nadie, ya sea porque los perjudica o les conviene demasiado.

Hay una pregunta, cuya respuesta la conocen todos los beatones del interior del país: ¿Quién pidió el cambio del jefe de escoltas de Luis Carlos Galán Sarmiento? Él mismo. Porque éste escolta, había cometido la imprudencia de revelar un ‘infiel’ secreto del candidato presidencial. La cuestión es que a Galán lo han elevado a la categoría de casi una divinidad, que le es imposible atribuirle cualquier tentación propia de los hombres.

Pero ese jefe de escoltas desde hace muchísimos años pasó a ser un empleado y protegido de la familia Galán Pachón, lo mismo que otros escoltas. Lo cual hace que la verdad – verdadera haya sido enterrada… esperemos que no sea para siempre.

Creo que para cometer un crimen de esa magnitud, en aquel tiempo, no era nada imposible para una mafia que tenía controlado todo. No era un secreto que el aliado número uno de Gonzalo Rodríguez Gacha, ‘El Mexicano’, era el Ejército Nacional y sus grupos de inteligencia conocidos como B-2. ¿Por qué tratar de suponer que sus tentáculos no hubiesen llegado hasta algunos funcionarios del DAS y Policía? Y que lo más probable fue que estos últimos pudieron vender valiosa información a los sicarios que cometieron el execrable crimen.

Pero de allí a decir que el general Miguel Maza Márquez orquestó o colaboró con Rodríguez Gacha y Pablo Escobar para cometer el crimen de Luis Carlos Galán Sarmiento es algo insólito que cuesta creerlo, aún más cuando no existen pruebas concluyentes e irrefutables que así lo demuestren.

Yo entiendo que la familia Galán Pachón busque a toda costa justicia, pero de allí a cometer injusticias para lograrlo me parece aberrante.

Además, hay momentos en que se siente que la familia en mención le estuviera cobrando a todos los colombianos la muerte de su familiar. Los ciudadanos de bien de este país no mandaron a matar a Luis Carlos Galán, pero pareciera que así fuese. A este líder liberal lo asesinó el narcotráfico, los mafiosos, el cartel de la droga. No lo hicimos nosotros.

No sé hasta cuando le van a pasar esta factura a los colombianos, pero aquí hay familias que han vivido, para su beneficio, de las tragedias que han padecido. Se me viene a la mente la de un tal Iván Cepeda.

Recuerdo que en la mañana del mismo día que cayó asesinado Luis Carlos Galán, 18 de agosto de 1989, fue abatido en una calle de Medellín, el coronel Valdemar Franklin Quintero. Aguerrido y honesto oficial de la Policía Nacional que se dio a la tarea de enfrentar a Pablo Escobar en su tierra.

Para la familia de Valdemar Franklin Quintero no ha habido trato preferencial del Estado. No hay monumentos ni fundaciones ni bibliotecas ni centros de estudio. No hay para la viuda puestos diplomáticos ni ministerios ni contratos. Así son las cosas en este país. Hay unos muertos que valen más que otros.

Esperemos que la justicia, que sólo asoma para unos ‘bendecidos’ de este país, salga victoriosa aquí.

Mención aparte merece la posición que adoptó el ex presidente César Gaviria Trujillo, con respecto a este tema. No hay que olvidar que este mandatario fue el que arrodilló al Estado colombiano ante Pablo Escobar.

Y jamás podemos olvidar que el día que Pablo Escobar Gaviria se entregó a la justicia, un miércoles 19 de junio de 1991, a las 3 y 45 de la tarde, la Asamblea Nacional Constituyente, a la una y treinta minutos de esa misma tarde, acabó con la extradición y elevó esa prohibición al rango constitucional. Para evitarnos problemas con este delicado ex presidente vamos a decir que este hecho fue una MERA COINCIDENCIA.

La historia negra de este país nadie la quiere destapar, pero hay hechos de la vida que obligan a conocerla. Mientras más conozcamos nuestro pasado, es cuando entenderemos nuestro presente y podremos construir entonces, sin resentimientos ni facturas de cobro, un futuro promisorio.

Quiero compartir con los lectores algunos apartes de una entrevista que le hice al general Miguel Maza Márquez en diciembre de 2003 y que fue publicada por El Meridiano de Córdoba y que contiene unos reveladores apartes que a los medios bogotanos no les gusta recordar y publicar hoy.


General Maza. ¿Qué significado tiene para usted el 2 de Diciembre de 1993?

“Si hacemos un análisis evaluativo de todo lo que aconteció durante la época de Escobar tenemos que llegar a la triste conclusión que de alguna manera él les cambió la vida a los colombianos. Con su manera de actuar, agresividad e intolerancia produjo unos efectos que todavía estamos pagando las consecuencias. Ejemplos, acordémonos que los narcotraficantes, con Escobar a la cabeza, junto con el M-19, interrumpieron en el Palacio de Justicia y allí murió la Corte Suprema de Justicia. Ese es uno de los episodios más tristes, y porque no decir más grave, que ha tenido el país. Otro episodio, él en su afán de desestabilizar el Estado Colombiano, mandó a eliminar a todos los candidatos presidenciales. Otro caso, Escobar, ya bastante dismi­nuido, utilizó un procedi­miento que le produjo ex­celentes resultados, cual fue el de secuestrar a figu­ras del orden periodístico, económico y político. Y, como consecuencia de todo eso, obligó al Gobierno de esa época (César Gaviria Trujillo) a negociar bajo sus condi­ciones: No a la extradición, pero elevándola a norma constitucional, como se hizo; política de someti­miento a la justicia; esco­gencia del sitio de la cárcel y servir de asesor en la construcción de La Cate­dral; escogencia de los vigi­lantes; y la salida del gene­ral Maza del DAS. Ningún delincuente por muy pode­roso que fuera había logra­do lo que él había consegui­do precisamente a través de esa última instancia, siendo presidente Gaviria”.

¿En estos 10 años qué ha cambiado?

“Creo que ha cambiado algo. Y es que las figuras que los reemplazaron se dieron cuenta de que pelear con el Estado no era un buen negocio. Fíjese que hoy los ‘narcos’, llámense como se quieran llamar en Colombia, porque tienen diferentes denominaciones, no se enfrentan al Estado. Eso obedece a los antece­dentes que se dieron con Escobar y el ‘Mexicano’, a todo ese grupo autodenominado ‘Los extraditables’ que le declararon la guerra a Colombia”.

¿Por qué las autoridades y el Estado cerraron los ojos y se taparon los oídos para permitir que un monstruo como Escobar creciera?

“Hay que aceptarlo nosotros los colombianos somos hasta cierto punto atípicos en nuestro pensar y proceder. Somos demasiados flexibles ante ciertos comportamientos y conductas. Escobar lo entendió y lo empezó a aplicar en su campaña política “Medellín sin tugurios”. Lo primero que hizo fue ocupar el espacio que habían abandonado los padres de familia en esos hogares ubicados en esas comunas antioque­ñas. Vino a Bogotá y se le denominaba “Pablito”, era considerado el anfitrión por excelencia. Se codeó con la elite colombiana a quien la llevaba en sus aviones par­ticulares a sus fincas, en donde montaban bacanales. En medio de su poca forma­ción académica, porque no la tuvo, tenía una percep­ción de la vida muy bien de­finida, explotó eso. El accio­nar de ellos, implementado con su dinero, fue haciendo metástasis dentro de la so­ciedad colombiana. Vea que llegó hasta hacer parte del Nuevo Liberalismo. Galán cuando se dio cuenta que era un bandido lo desvinculo de su movimiento. Lue­go vino una segunda etapa como consecuencia de esa desvinculación: el Escobar incómodo, al que todos le debían sumisión, por ser el hombre más rico de Amé­rica. Le declara la guerra a este movimiento político, con su jefe a la cabeza, y aquí se marca un hito, digo yo, dentro de lo que es la criminología colombiana. Porque vemos la desestabilización total que se produ­jo después que mandan a matar al ministro de Justi­cia, Rodrigo Lara Bonilla. El presidente Betancur im­planta la extradición y nada volvió a ser igual”.

¿Se sintió solo?

“Completamente. Tal vez la única persona con quien conversaba, por eso siempre lo expreso pública­mente que fue un hombre que valió la pena, fue con el presidente Barco. Fue un hombre honesto, íntegro, serio, de esas personas de una sola palabra; fue lo que me sirvió como ejemplo para librar una batalla cu­yas consecuencias yo nun­ca supe. Yo decía me van a matar, porque me estaban disparando desde todos los flancos. En términos, la batalla fue dura, dura, dura. Hubo momentos en que tuve muchas dificulta­des, hasta originadas desde el mismo Estado. Yo denun­cié desde el congreso la alianza paramilitar, la pre­sencia del coronel Yair Klein, la de mercenarios, pero se me tildó de mentiroso, que exageraba, que yo soñaba. Todas esas declaraciones fueron ciertas después, para mal de Colombia. Porque como consecuencia de ese entrenamiento el paramilitarismo colombiano alcanzó unos niveles de profesionalismo y agresividad, que mire la Colombia que tenemos hoy en día desafortunadamente. Hace unos días reviví aque­llos episodios a raíz de una entrevista que le hicieron al judío que tanto daño nos hizo, el coronel Yair Klein. Con desfachatez dijo que le gustaría volver a Colombia porque las cosas han cam­biado. No creo que así sea, porque las heridas aún san­gran. Y los males que hubo como consecuencia de to­dos estas actitudes siguen siendo objeto de dolor y ver­güenza para Colombia”.

¿Cómo era un día suyo en esa época? ¿Sentía miedo?

“Yo tengo una serie de episodios en mi vida los cuales no he podido descifrar, en mi caso yo tengo un doctorado en Sociología, soy criminólogo, conozco la naturaleza humana, lo que es la génesis, el desarrollo, el entorno y no encuentro una explicación con Miguel Maza. Yo nací en un pueblito sano, pacifico: Santa Mar­ta. Donde nos levantamos en medio de un ambiente de concordia y amistad. El tocarme a mí enfrentarme a esta situación pareciera que no estaba genética ni socialmente preparado, pero por circunstancias de la vida me tocó. Con respec­to a si siento miedo, tengo otro problema, yo no siento miedo. Parece que hu­biera nacido con cierta pre­disposición a eso. Yo no me quejo de nada. Llegué al convencimiento de que lo que estaba haciendo era lo que tenía que hacer”.

¿Este país ha sido in­grato con el ex presiden­te Barco, con usted y otros oficiales?

“Totalmente. Dice mi pri­mo García Márquez que en Colombia no hay prestigio que dure más de una sema­na. Y si uno trabaja pensan­do en la gratitud está perdi­do. Esto tiene que ver con la misma formación del co­lombiano, nosotros somos una raza atípica, emotivos. Aquí pasamos del infierno al cielo con una velocidad tremenda, tomamos deci­siones ante el primer estí­mulo y eso nos lleva a ac­tuar como lo hacemos. In­clusive, a veces pienso que ustedes los periodistas tie­nen mucha culpa en esto, cuando llega alguien a un cargo es Dios, a las 72 ho­ras por X o Y motivo esa persona es el diablo. Eso no es bueno porque hemos construido un país donde nadie vale la pena. Aquí no hay héroes, aquí no hay gente importante, aquí no hay honestos, no hay da­mas. Aquí es todos contra todos en este país, lo que provoca una serie de efec­tos negativos que a última hora, todos salimos perdien­do. Vea lo que pasa cuando uno sale del país, nos dicen, procura no mezclarte con los colombianos si no quie­res tener problemas. Ojala algún día hagamos un alto en el camino y rescatemos todo lo importante que he­mos perdido, como país, sociedad, familia y persona. Pero en la medida que seamos solidarios, en que pasemos por encima de todos esos valores que nos forman, como son el entorno social, familiar, difícilmente saldremos adelante”

La ingratitud lleva al hombre a llenarse de re­sentimiento y rencor ¿Cómo hizo para que esa ingratitud no le carcomie­ra el corazón?

“Soy una persona que como consecuencia del ‘trago’ que me tocó desde muy joven, me ubiqué den­tro de un modelo de vida, hasta cierto punto diferen­te a los demás. Mi trabajo redujo mi comportamiento social. Soy un hombre de muy pocos amigos, no me veras en sitios públicos, ci­nes o estadios. Yo me he refugiado en mi familia. Antes tenía muchas dificul­tades para estar con ellos, debido a los peligros me tocó sacar del país a mis hijos. Ahora he podido lle­nar más ese espacio que había en mi alma, yo vivo en función a la familia. No miro mucho hacia el veci­no y amigo, porque no es mi costumbre. En cuanto al trabajo me dedico a la academia y mantengo mi mente ocupada porque me gusta sentirme útil. Y como nunca he esperado nada de nadie no estoy resentido con nadie, creo que ha sido mi arma más poderosa”.

La muerte lo acosaba a diario ¿qué lugar ocu­pó Dios en su vida?

“Aquí lo tengo, hasta hay un altar en mi oficina. Dios a mí sí se me ha aparecido en muchas oportuni­dades de mi vida. Mi primer atentado, estaba almorzan­do en mi oficina y llamaron a decirme que un amigo me había dejado un libro. Lo mandé a, subir, sospeché algo y era una bomba. Esos son episodios que no tienen otra explicación, sino Dios. Otra cosa, la única persona que está con vida hoy de los qué se enfrenta­ron a Escobar soy yo. Un día en un programa de una cadena internacional unos especialistas decían que yo no era normal por los aten­tados que sufrí. Me quedé pensando y decidí visitar varios especialistas, pero todo resultó normal”.

¿Sintió la solidaridad de sus hombres?

“¡Claro! ¡Fue lo que me salvó! Cuando el atentado en la calle 56 con 7a, que fue tremendo, el carro pa­recía una lanchita en un ca­taclismo en el mar. Ese ve­hículo que se elevó, que se volteaba, los balines pegan­do contra el vidrio, eso era horrible. Recuerdo una jo­vencita que estaba cerca, la explosión le desprendió la cabeza y la estrelló contra el vidrio. De pronto todo quedó negro. No se veía. Cuando empecé a ver en medio del humo me imagi­né que me iban a rematar, cual fue mi sorpresa cuan­do vi a todos mis hombres rodeando el carro. Uno de ellos estaba con su arma en la mano pero con el ojo por fuera, fue cuando abrí la puerta, me lo eché al hombro y lo monté en un taxi. Des­pués vino el atentado contra la sede central del DAS”.

¿Sintió deseos de irse después de ese atentado?

“Cuando yo bajé los nue­ve pisos y vi tanta gente he­rida y muerta me entrevis­tó la prensa, les dije: Lo siento mucho pero yo no me voy de aquí. A mí nin­gún bandido me saca de aquí. Vale la pena destacar un hecho que me llenó de mucha fortaleza. Le dije a mi gente que el Gobierno nos había cedido varios edi­ficios, pero yo no me voy de acá, esta es mi oficina y aquí voy a seguir trabajan­do. Si alguno se quiere ir lo entiendo y no hay ningún problema. Nadie se fue. Colocamos unos techos de plástico y en menos de un año reconstruimos el edifi­cio. Hasta me dieron un premio como el ejecutivo del año por la gestión en la reconstrucción, el dinero al­canzó hasta para comprar el edificio de extranjería en el norte y las instalaciones donde funciona la escuela de criminalística”.

¿Cómo fue su salida?

“Yo venía con problemas con el presidente Gaviria, y problemas no por mí sino por él. Porque yo lo veía hacer cosas que no eran las adecuadas, que eso le iba hacer daño al Gobierno y al país. Pero por circunstan­cias que solamente él sabe las llevó avante. Pero sí hubo un hecho que me lla­mó mucho la atención cuando él estaba con su po­lítica de sometimiento, y que se filtraba la informa­ción, que los Decretos se hacían desde Medellín y el país vivía una vaina extraña. Él invitó a la casa presiden­cial a la familia Cano y como hecho curioso me in­vitó a mí. Para explicarnos el por qué iba a llevar esa política de sometimiento. Los Cano y yo le manifes­tamos que por allí no era el camino, que esos tipos no le cumplen a nadie. Cuando salimos de Palacio ya los decretos habían sido dados a la prensa, me di cuenta que ya las cosas no estaban por buen camino. Me lla­maron de Palacio y fui. Me atendió un señor Villegas, que hoy está en un gremio. Yo veía que el tipo no me miraba a la cara, no halla­ba como decírmelo. Yo lo ayudé. Se me hace que us­ted me llamó para pedirme que pase la renuncia. ¡Sí, hombre!, exclamó. Fue entonces cuando me dijo que habían cambiado las políticas y le solicité que me lo dijera y que no procediera de la forma en que lo hacía. Se puso nervioso y entró donde el Presidente y fue cuando este me atendió. Pero me entristeció una ­cosa, cuando llegué al DAS ­ya la noticia estaba dada, se detectó una llamada de Pablo Escobar al “Osito”, este último lo publica en su li­bro y es verdad, en donde le dice vea hermano si esta, oyendo, ya salió Maza del DAS, el presidente (César Gaviria) está cumpliendo lo prometido. O sea que la cabeza mía estaba en juego, se sentó un precedente funesto. Creo que la legislación penal no sido la misma y el país todavía no se ha recuperado”.

¿Cuándo cae Escoba dónde estaba usted?

“Aquí en Colombia, el general Vargas Silva me llamó y me contó. Ya era un Es­cobar muy disminuido. Había cometido una estupi­dez para cualquier jefe: mató a sus lugartenientes. Eso hasta me sorprendió, no lo entendí. Desde la Catedral comenzó a secuestrar y asesinar a sus socios, de esto se salvó Ospina Baraya y Don Berna”

¿Qué sintió cuando le dieron la información?

“Yo nunca sentiré satis­facción por el mal ajeno. Él mismo se labró ese destino”.

¿Se acabó con un Car­tel pero el negocio de las drogas creció?

“La plata que deja el nar­cotráfico es algo significati­vo. Lo dicen los análisis eco­nómicos serios, el narcotrá­fico produce más de 500 mil millones de dólares a nivel mundial. Pero hay un problema mayor, al país se le vendió la idea que los 5 municipios que se les des­pejó a las FARC no era nada, pero el punto era geopolíti­co. Ellos se apoderaron de toda la infraestructura del narcotráfico en el sur del país. Las FARC alcanzaron en ese tiempo todo el poder que no lograron en 50 años de lucha. Otro punto es que la zona Andina es simbióti­ca, está en plena ebullición y está en poder de las FARC”.

¿Cómo le gustaría que lo recordaran?

“La persona sin preten­siones, hombre sencillo y descomplicado. Como el buen padre, abuelo y esposo”.

No puedo terminar sin preguntarle por lo acontecido en Mejor Es­quina

“Me dolió mucho, porque yo conocía todos esos sitios, yo fui Alcalde de Pla­neta Rica cuando era te­niente y comandante de Distrito, hasta Juan José. A toda esa gente la mató “Vla­dimir” en la cocina con un tiro en la cabeza. ¿Cómo supimos de “Vladimir”? Cuando lo vimos en un vi­deo que hizo Klein para promocionar sus servicios en Centroamérica”.

¿Es un hombre feliz?

“Completamente, porque me siento útil y tengo una familia”.

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Montería, Córdoba, Colombia
Periodista colombiano, autor de cuatro libros sobre temas de violencia, corrupción y narcotráfico: - Las crónicas que no me dejaban Contar, 2001 - Crónicas que da miedo contar, 2003. - Qué conste, 2005. - El hijo del ajedrecista, 2007. - VIVIR... mi ocupación favorita, 2010. - Historias que a nadie le gusta publicar, 2009.
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